LAO TSE, y su Visión rebelde de la Vida y del Amor
(Parte 4)
Las 81 Tablas del Tao Te King
“La Iniciación Taoísta”
por Aon - Alejandro Nepote
Tabla Nº 38 “El Amor Libre”
“... Cuando se
desvanece la verdadera naturaleza del sentimiento amoroso, entonces surge el
conocimiento que clasifica los diferentes tipos de amores, cuando dicha
clasificación comienza a opacar las relaciones, entonces surgen los códigos
morales que estipulan la conducta amorosa de cada quien, y cuando la moralidad
se posesiona del comportamiento frío y superficial de las personas, entonces se
oscurece el alma humana. Cuando esto sucede, sólo quedan meros ritos y
ceremonias, la cáscara estéril de la verdadera naturaleza del amor... y vivir
así, de esta manera, es locura o estupidez.
Por eso, el tener un
conocimiento excepcional de las cosas, al final nos aleja de su verdadera naturaleza
intrínseca. Por el contrario, quien aun conserva la más profunda vivencia de lo
substancial, no se deja envolver por las apariencias, ya que su corazón sólo
puede palpitar al compás de lo esencial.”
Nada peor puede pasarle al
amor que perder su libertad, cuando, por ejemplo, el conocimiento de cómo
debería ser comienza a someterlo. Esta es una de las calamidades más trágicas
que ha vivido la humanidad, pues se ha sepultado el don natural del amor libre
no rotulado ni condicionado, por el afán de forzar la estructura de una falsa
sociabilidad.
La Verdadera Naturaleza
del Amor atañe al alma misma como un atributo de la Existencia. Es demencial
creer que la vida haya estipulado pautas para el amor. De hecho, todas las
instituciones u organizaciones que se han encargado de manipular estos códigos,
paradójicamente, fueron los verdugos de la humanidad.
Ahora bien, la conducta de
los seres humanos está tan infectada por el hábito milenario de fabricar un
modelo de amor, que resulta sumamente enmarañado el camino de retorno a las
raíces y a la verdadera fuente de nuestro ser. Pero no está todo perdido.
Todavía existe una gran posibilidad que aguarda latente en las entrañas mismas
de la sensibilidad. Si es posible despertar esta sensibilidad, el auténtico
amor puede recuperarse.
Hemos llegado a un punto
tal en las sociedades modernas, que el amor se ha vuelto otro objeto más de la
propiedad privada, es decir, el amor tal como se lo vive en el presente no es
más que otro aspecto del capitalismo. La emoción distorsionada de poseer a la
persona que se ama, el capricho de adueñarse del ser querido, la pretensión de
comprometer el sentimiento ajeno a amarnos exclusivamente, es un claro reflejo
de la pobreza interior en la que estamos anegados.
Los intelectuales que han
esgrimido los códigos morales, poco han asimilado del verdadero amor, y las
masas inconscientes que siguen apoyándolos, no son más que pobres víctimas
confinadas a vivir en la periferia del amor real, resignados a irse de este
mundo con una profunda carencia decepcionante por no haber vivido enamorado.
Se ha socavado el sexo
hasta la represión más absurda, y se ha denigrado toda su pureza y belleza con
incontables tabúes, hasta padecer el inexorable miedo y desprecio por lo más
significativo que nos ha dado la Existencia o Dios según le llaman millones de
seres humanos en el mundo entero. Y hemos creído ser tan claros en nuestra
insensatez psicológica, al punto de avergonzarnos de nuestra propia desnudez
biológica.
Toda esta distorsión impuesta
a la verdadera naturaleza del amor ha retrocedido hasta el terreno de la mera
emoción posesiva del querer (ya sea en la relación con los hijos, los
familiares, las amistades o con la pareja amante), para tratarse del mismo modo
que se tratan a las posesiones materiales, lo que al fin, genera mucho
sufrimiento y desconsuelo.
Esta actitud prefabricada
del amor es la causa por la que no pueden durar las relaciones, a menos bajo
condiciones patológicas, puesto que es muy lamentable que los seres humanos se
hayan convertido en objetos personales. Pero aquellos que toman conciencia del
deterioro que se le está ocasionando a lo más preciado de nuestras existencias,
que es el amor no condicionado, saltan del círculo vicioso mecanizado para
penetrar en el vasto horizonte del amor libre, que no es otro que el amor en su
estado natural.
Afortunadamente, hoy no es
como alguna vez fue, al menos ha variado el camuflaje. En el pasado, en una
época patriarcal absolutista, fue tradicional la rigidez de los lineamientos de
conducta que dictaminaban los roles de cada persona según el sexo, la edad y la
posición social, parecido al inhumano sistema de clases o castas que se
mantienen vigentes en la actualidad.
Uno de los tratados que
circulaban por aquellos entonces se difundió bajo el nombre: “Las 3300
reglas de sociabilidad”. La mayoría de estos códigos determinaban una
manera de amar por la que los hijos debían ser tratados de una manera
específica, y según fueran, el primero, el segundo o el tercero, existían
códigos de jerarquía, códigos que eran muy distintos con respecto al trato que
merecían las esposas, y diferente al trato correspondiente hacia otros
familiares, empleados o vecinos. Incluso se especificaba la conducta acorde a
cada uno de los amantes, por lo que, todos sabían perfectamente cómo debía amar
la mujer y en qué forma debería hacerlo el varón.
Esta fue una época de gran
adoctrinamiento de especificaciones y reglamentaciones superficiales, en la
cual, el mínimo incumplimiento de alguna de las pautas más simple era condenado
con severos castigos, mientras que por respetarlas se obtenía el único premio
de morir al verdadero sentimiento de amor, es decir, vivir como muerto. Esto es
a lo que se opuso Lao Tse.
Y justamente se opuso para
señalar la brecha capaz de producir un balance o un equilibrio, por el que las
personas sensibles pudieran acercarse a un modo de vida más natural.
Para ello dice Lao Tse,
que desde el preciso momento que se formaliza un sentimiento, éste comienza a
declinar. El problema es la formalización. Forzar el sentimiento de la persona
que amamos no colma a ninguno de los dos, porque la plenitud deviene de la
misma naturalidad.
Firmar un contrato
sentimental de relación no significa amor. El dar lo más hermoso que contiene
el corazón no pasa por un compromiso formal, sino por la espontaneidad amorosa.
El estipular las acciones y el determinar medidas de conducta no enaltece la
relación entre las personas, sino que las estropea, puesto que los códigos sólo
apuntan a embellecer la fachada, lo más superficial, y a descuidar la verdadera
esencia.
La aceptación de que el
sentimiento amoroso es libre por naturaleza, es la fuente de la felicidad,
mientras que, considerarse dueño o pretender ser el poseedor del sentimiento de
otra alma, no es otra cosa que inexperiencia de vida, inmadurez de conciencia,
y por lo tanto, fuente de desengaño.
El verdadero amor es un
sentimiento de libertad. Sin esta libertad el sentimiento de amor es falso o
equivocado, porque este sería un sentimiento posesivo o esclavo, esclavo de un
patrón cultural o de la propia errónea interpretación.
Amar es sentir
medularmente la felicidad del otro más allá de todo, y no coartarle el
desarrollo de su innata potencialidad. Es increíble que las mayorías de las
personas que supuestamente se aman se esclavicen mutuamente, y se priven de la
incomparable belleza de la libertad. Es increíble que se le tenga tanto miedo a
la libertad.
No obstante, la persona
que realmente ha crecido, decide sin duda alguna, liberarse de todo pacto de amor,
y así como goza de su propia libertad, también disfruta que el otro practique y
viva la libertad a su modo. Cuando esto sucede, desaparecen los fantasmas de
los celos, la incertidumbre y los temores, porque sin las pretensiones
desviadas se alcanza el más alto vuelo en el amor. Esto significa crecimiento.
Verdadero amor es el
reconocimiento inequívoco de que el sentimiento de cada ser es un espacio
sagrado, en cambio, es ficticio el amor cuando se invaden estos espacios.
Es imposible serle infiel
al amor, a menos que no se ame cuando se siente.
El amor nada sabe de la
fidelidad que pregonan las convenciones institucionales asimilada popularmente,
y aun así, es verdadero amor cuando al darse se entrega por completo, y no a
medias. Porque verdadero amor es fusión, y en esta fusión desaparece toda
racionalización, del mismo modo que desaparece toda intelectualización en el
momento del orgasmo. Amor, fusión y orgasmo, tienen la misma cualidad. Si uno
de ellos falla por algún motivo, el amor se vuelve afectado y carenciado.
El amor es la plataforma,
la fusión es el medio y el orgasmo es la cúspide. Y el amor no tiene
necesariamente una dirección, como la fusión no depende de dos ni el orgasmo se
limita al sexo. Es una cuestión de conciencia, es una dimensión, es un estado
en el que puede vibrar el alma de todo ser.
El orgasmo es una energía
vegetativa no racional que puede ser vivido con plenitud de conciencia, el cual
es semejante a una Súper Nova o al Big Bang, porque el orgasmo no es sólo
humano, es relativo al cosmos, es existencial, y todas las manifestaciones del
universo pasan exactamente por la misma vivencia, aunque de formas diferentes.
El orgasmo es divino, y cuando sucede en la cumbre del verdadero sentimiento
amoroso, es transformador, es liberador, es la vivencia del paraíso en uno
mismo, y no pasa por una comprensión intelectual.
El verdadero amor sin
límites, sin ataduras ni amarras, sin cláusulas ni esquemas, sin condiciones, e
incluso, el amor sin parámetros, no es otro que el amor libre que nos permite
vislumbrar la magnífica presencia de la Existencia reflejada en este estado de
conciencia amplificado. A esto considera Lao Tse, la espiritualidad real.
El amor es como la vida.
La vida no puede ser retenida, porque llega la muerte y nos la arrebata con
suma facilidad. Del mismo modo, creer que el amor es nuestro y que podemos
retenerlo, es absurdo.
El amor simplemente pasa
por quienes nos abrimos a él, pero no es nuestro, no tiene ese límite. Sin
embargo, la naturaleza esencial del amor es dar, y no necesariamente recibir.
El llegar a ser su puente, su paso, el poderlo dar, ya es la mayor de todas las
bendiciones que puedan ser experimentadas.
Y el amor es una de esas
especialidades de la vida que se da por sí solo, naturalmente. Sí, el amor es
algo que se da, es algo que sucede, no puede buscárselo. Y si se lo busca y se
lo encuentra, no resulta. Lo que se encuentra mediante la búsqueda, no llega a
colmar. Porque cuando se lo busca, generalmente hay una medida de búsqueda, un
patrón, un modelo que se está buscando, y toda pretensión por mínima que sea,
se aleja del verdadero amor incondicional.
El amor es magia, y cuando
se presenta, cada persona es la que se adapta a él. El amor jamás se adapta a
los amantes, porque son los amantes quienes se ven transformados por él. Si el
amor se adapta al capricho de los amantes, jamás llega a ser profundo. Hay que
dejarse llevar por él, hasta donde sea, sin imponerle una dirección determinada
o una razón en particular. En esto estriba su profundidad.
El verdadero amor sucede
por sí solo, sin la intervención de nadie; ya que no es producto de la
búsqueda, ni mucho menos de la necesidad, e incluso, tampoco es el resultado de
la pasión. El amor es la consecuencia de una sincronía metafísica que actúa a
nivel psíquico, movilizando cada molécula y cada átomo de la biología y la
materia de todo amante. Aquellos que se entregan a vivirlo de esta manera,
conocen lo más hermoso de la vida, en cambio, quienes se niegan o se rehúsan a
entregarse completa y libremente, apenas alcanzan a saborear retazos del amor,
apenas sombras del querer.
El amor no puede
comprarse, no hay forma de salirlo a buscar por las calles y encontrarlo; claro
que puede suceder en cualquier esquina, pero no sería a causa de la búsqueda
precisamente. La búsqueda puede servir para establecer contactos o para
entablar relaciones más superficiales, pero no para dar con el verdadero amor.
El resultado de la búsqueda es ocasional, mientras que el amanecer del amor es
como un destino grabado en los libros de la vida, un regalo de la Existencia.
Por ello mismo, el amor
tampoco puede pedirse ni exigirse a nadie, porque intentarlo de este modo
conduce a una pésima calidad de amor. No obstante y a pesar de todo esto, la
mayoría de las personas siguen buscando y reclamando amor verdadero de la
siguiente manera: primero se lo busca, entonces lo que se encuentra no cubre
las expectativas (y nunca va a cubrirlas porque la búsqueda es equivocada), así
es como se inicia el reclamo, y este reclamo termina por arruinarlo
definitivamente, porque ¿cómo se puede reclamar aquello que no sucede
naturalmente?
Si el amor no ocurre
espontáneamente, jamás ocurrirá por más reclamo que se haga.
La búsqueda del amor es
sumamente relativa puesto que se efectúa desde una preferencia racional, en
cambio, cuando el verdadero amor sucede por sí solo, da exactamente en el
centro de la diana de nuestro corazón, y es tan desbordante, y es tan
expansivo, que hace que perdamos la noción de nuestros límites y el
conocimiento de dónde es que empezamos y dónde es que terminamos. Porque
justamente lo que se pierde con el verdadero amor, es todo aquello que es
patrimonio de la razón, es decir, las muletas que utilizamos al buscarlo.
El amor no depende de la
búsqueda, pero sí del despertar. Al amor hay que despertarlo, y la manera es no
dejar por un momento de amar: amar a la vida, amarnos a nosotros mismos, amar a
quien se cruza en nuestro camino compartiendo el suyo, amar la naturaleza y, amar
todo lo que existe.
No te anticipés buscando,
esperá, no te adelantés. Si abrís tu mente y tu corazón, sentirás que el
verdadero amor se encuentra ante tus ojos; sin ir más lejos, él está allí
mismo, en tu interior, brotando hacia todas las direcciones.
Amar el vuelo del ser
amado sin recortarle el despliegue de sus alas o sin impedirle su volar, es
decir, amarlo por lo que es: un alma inmortal que ha recorrido y recorrerá
millones de mundos, millones de vidas, y que en su camino ha compartido y
compartirá infinitas relaciones; amarlo en su libertad innata; amarlo en su
esencia ancestral carente de dueño; amar al ser amado sin confundirlo con una
posesión o propiedad privada, es el sentimiento amoroso por excelencia al que
paulatinamente evoluciona la humanidad.
- ¿Cuál es la cualidad
del amor y qué indicios señalan su ficción? -Interrogó Bernardo-.
- Su cualidad es que
carece de pasado y de futuro. Pues si tiene algún vestigio de ellos, aunque más
no sea por un instante, deja de ser amor. Porque el amor no tiene ningún
condicionamiento. Bien sabés que para medir el tiempo se crearon relojes y
calendarios, pero el amor es inmedible y el corazón desconoce las medidas.
Siempre que se vivencia el amor incondicional, se saborea esta cualidad de
presencia total sin tiempo. -Respondió Simón-.
-Pero, ¿proyectarlo al
futuro o recordarlo en el pasado no lo hace aún más ilimitado e interesante?
-Preguntó otra vez Bernardo-.
-El problema del
tiempo radica sólo en el hecho de postergar el amor; si lo postergás, ésta es
su ficción. -Concluyó Simón-.
Este es el principio
natural del amor: “vivir el presente”, puesto que el presente es el
terreno fecundo del sentimiento amoroso práctico, ya que no existe ninguna otra
coordenada temporal donde palpite y vibre tan expansiva dimensión amorosa.
Únicamente puede latir
aquí y ahora, hoy, sin proyección hacia el mañana ni hacia el ayer, sin ningún
esquema ajeno a la libre espontaneidad del presente.
La mayoría de las Tablas
del Tao Te Ching expresan la filosofía taoísta en tercera persona, en cambio,
ésta Tabla en particular es muy importante, ya que Lao Tse habla en primera
persona, o sea, habla sobre él mismo.
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