Kwai Chang Caine de KUNG FU de Howard Lee

Extractos de los Libros de: 
KUNG FU de Howard Lee, basados en el guión televisivo de Robert Lewin, para la Serie Televisiva creada por Ed Spielman, protagonizada por David Carradine. 
Editorial Grijalbo (1973).
Extractos de los Títulos:
Nº 1 “El Camino del Tigre. El Signo del dragón”.
Nº 2 “Superstición”.
Nº 3 “La Mantis Religiosa Mata”. 


1848
CAINE   RECUERDA:

Han estado esperando fuera del templo Shaolín durante largo tiempo y ahora, al fin, la paciencia de la multitud comenzaba a agotarse. Los chicos  estaban luchando unos con otros en el barro, gritando, jugando al escondite, y el silencioso grupo que se había reunido allí, días antes, de nuevo comenzaba  a desmoronarse en las personalidades individuales. Caos, desorden. Sólo el joven Caine y algunos otros se mantienen en su sitio en silencio, de pie bajo el sol, mirando hacia el gran templo que se alza frente a él como misterio y promesa mientras una débil neblina lo rodea en aquel momento, a primera hora de la mañana.

Ha estado esperando largo tiempo, y esperará aún más. El joven Caine sólo se da cuenta de un modo vago que hay otros a su alrededor: lo que le ha traído a este templo es tan profundo e individual, que no tiene nada que ver con aquella gente. Quizá ellos sienten lo mismo: no lo sabe. Quizá no sea inquietud, sino sólo un exceso de sentimiento lo que ha destruido la disciplina de los chicos. Eso deben decirlo ellos. Lo único que sabe es que él ha estado esperando allí, como una piedra, esperando que venga el maestro tal como las enseñanzas cuentan que sucede en esta época del año. Ha sido piedra; será piedra. No será movido.
 
El ruido y el calor aumentan. Caine espera a pesar de ello. Han pasado horas o minutos. Quizá sean días y su vigilia le haya hecho perder todo sentido del tiempo. No pensará en esto. Se abre una puerta y un  hombre salle a los niveles superiores  del templo, atisbando desde un balcón a la multitud que hay abajo. Caine observa que usa las vestiduras ceremoniales de un maestro. Alza la vista hacia aquel hombrecillo y, por un momento, piensa que van a cruzarse sus miradas, pero tal vez no sea así. Es difícil darse cuenta. el hombrecillo estudia a la multitud.
 
Luego, el monje hace un gesto. Con su mano derecha hace un gesto hacia la multitud y, como quien toma fruta de un barril, escoge chicos con un contacto ocular y manual. Ese dedo pasa de largo a Caine y luego regresa. Ahora sabe que el monje está mirándole. Le devuelve la mirada. El dedo del monje señala y luego sigue. Caine sigue allí, dándose sólo cuenta de un modo vago de su respiración. La mano se mueve grácilmente unas pocas veces más y luego se detiene. El sacerdote está en pie, en equilibrio. Caine oyó el sonido del viento.
- Adelante – dice.
 
Caine sabe lo que quiere decir el sacerdote y se aparta de la multitud hacia la base de las brillantes murallas que rodean el templo. A su alrededor se reúnen unos pocos más, chicos como él, con sus rostros ocultos. Alza la vista, con los demás, hacia el sacerdote.
- Los demás -dice el sacerdote- podéis iros.

Hay un momento de indecisión en la multitud y desaparece su ímpetu. Los chicos se vuelven. Lenta, luego más rápidamente, se dispersan en grupos y solos. Se apartan del templo a las calles que lo rodean y, en menos tiempo del que les costó reunirse, todos ellos se han ido.

Sólo quedan el joven Caine y otros seis junto a los muros. Caine cruza los brazos y mira hacia el suelo. El sacerdote ha hecho saber  sus deseos, en dos ocasiones. A su debido tiempo hará una tercera indicación. Mientras tanto, no hay nada que hacer, sino esperar. Lo sabe. Se da cuenta de ello de un modo instintivo. Toda su vida ha estado esperando.
 
El sacerdote los mira durante un largo rato y luego se inclina de un modo intrincado y ceremonial. Sus facciones no indican nada.
- Habéis esperado durante una semana -dice en un tono alto y delicado-. Haced el favor de esperar un poco más.
Se da la vuelta y entra al templo.
Alguno de los otros murmuran, pero Caine no dice nada. En lo único que piensa es en lo interesante que resulta saber que la espera ha durado toda una semana. La espera ha suspendido el tiempo. Podría haber sido de días o  un mes. Una semana es mucho tiempo, pero por algún motivo que sólo el sacerdote sabe, no es suficiente. De acuerdo. Muy bien. Esperará. No tiene otra parte a la que ir.

Minutos, u horas más tarde, comienza la lluvia. Caine se pone en pie para dar la bienvenida, da la cara al templo, se pone firme mientras las gruesas gotas lo golpean. Es un gesto de respeto que hace de un modo instintivo; la lluvia no es una prueba, sino solamente otro aspecto de la naturaleza del mismo templo. Los otros, se fija, están buscando un cobijo bajo los árboles, a alguna distancia, acurrucándose con aire mísero en sus vestimentas. No comprenden, tal como comprende él, que la lluvia es sólo otra condición. Mantiene su vista en el balcón del templo donde estuvo el sacerdote, y espera.
 
Cesa la lluvia. El sol los tuesta de nuevo. Temblando de frío, Caine nota cómo ahora su cuerpo es distendido, literalmente, por el calor, que crece y abre pequeñas fisuras de dolor. O de conocimiento. Permanece firme. Habiendo asumido esta posición, es más fácil seguir manteniéndola. El logro de algo hace que su continuación resulte inevitable. Esto es algo que ha aprendido. Tres de los otros están jugando a algo con guijarros; los otros tres se sientan en cuclillas, cerca de la puerta del   templo. Ellos, como el joven Caine, permanecen aislados unos de otros.
 
Se abre la puerta del templo y reaparece el sacerdote. Apresuradamente, los chicos, que están cerca de la puerta, se alzan y hacen una reverencia, tal como hace Caine; por un momento, los que juegan no se dan cuenta de lo que está sucediendo. El sacerdote baja por los escalones del templo hacia ellos hasta que alzan la vista de sus guijarros. Entonces, también ellos se levantan y saludan. La voz del sacerdote es suave y aún amable, mientras les dice:
- Por favor, iros a casa.
Volviéndose hacia Caine y los otros, dice:
Vosotros me seguiréis.
 
Los demás, sin habla, se arreglan la vestimenta. Se apartan del templo. Caine, mirándoles, siente una lejana sensación de piedad, pero una mirada hacia arriba, hacia el sacerdote, y su decisión vuelve a endurecerse. El hombrecillo sabe lo que está haciendo. No puede ser más fácil para él que para ésos que esperaron en vano. Su responsabilidad es terrible.
 
Con lentitud, Caine en vanguardia, los cuatro siguen al sacerdote subiendo las escaleras de piedra hacia el balcón en donde les espera el monje. Las piedras son suaves y sin embargo duras, bajo las plantas de sus pies, los escalones gruesos, la subida más difícil de lo que se había imaginado, porque la distancia de un escalón a otro hace que le resulte difícil conservar el equilibrio. Caine se obliga a sí mismo a moverse con lentitud. Mantener el equilibrio. El sacerdote puede esperar. Caine se da cuenta que ha estado esperando con ellos, durante más de una semana.
 
Visto de cerca, el hombre es al mismo tiempo más joven y más viejo de lo que parece a distancia. Su rostro es sereno y sin arrugas pero sus ojos tienen una curiosa profundidad y sabiduría en la que Caine cree que podría desaparecer, si los mirase fijamente.
 
Caine ha esperado mucho tiempo este momento, pero la sensación de una curiosa reluctancia cae sobre él como un manto. El templo es aterrador. No puede entrarse en él a la ligera; es como la suma de los logros de centenares, de generaciones de negaciones y sueños. Sin embargo, esta sensación pasa con rapidez mientras sigue al sacerdote hacia la extraña frialdad del templo. Ahora se encuentra a sí mismo caminando por un corredor poco iluminado, sobre una madera de color rosa, suavemente pulimentada, a lo largo de ese interminable pasillo en el que parpadean  las antorchas, hasta llegar a una enorme sala que hay a un lado. En esta sala, desnuda a excepción de una pequeña mesa que hay en el centro, una única vela en un candelero situado sobre la mesa, Caine puede ver débilmente la figura sentada de otro monje. El y los otros tres chicos forman una línea frente a la mesa, dando la cara al monje sentado.
-Este -dice el sacerdote que los ha escoltado- es el maestro Chen Ming Kan.
No dice nada. De nuevo está en su postura de firmes, mirando hacia la figura sentada e inmóvil.
 
Piensa que puede descubrir en la oscuridad  los ojos de Kan mirándole con compasión y juicio escrutante; pero quizá solo sea una ilusión óptica. El cuerpo de Kan está en una posición que Caine cree que puede ser poco confortable, cruzado de piernas sobre una gran silla, y sin embargo, está sentado austeramente sin mostrar señales de desasosiego. Esto ayuda a Caine a mantener su propia postura, a pesar de que la atmósfera de la sala es muy densa y, por primera vez, se da cuenta de su fatiga. Le ha sido arrebatado mucho durante esos días. Resulta difícil, se da cuenta, no mirar la tetera y las tazas que hay sobre la mesa, entre él y los monjes.
 
Un gesto del maestro Kan, los chicos se sientan en el suelo frene a él. El sacerdote que los trajo al templo sirve una humeante taza de fragante té y se la entrega a Caine, quien se la pasa al chico que tiene al lado. Cuando todos los muchachos tienen té, el primer sacerdote le ofrece una taza al maestro Kan. Caine mira con intensidad mientras Kan hace un gesto hacia el té, indicando que pueden beber. Caine lo contempla y mantiene su inmovilidad, no tendiendo la mano hacia la taza. Los otros lo hacen. Las alzan hacia ellos.
- Por favor, iros a casa -dice en un tono muy educado el primer sacerdote.
 
Los chicos que han tomado el té se miran unos a otros, desmayados. Uno de ellos casi tiene un ataque de pánico en su apresuramiento por dejar de nuevo la taza, se vierte un poco de té en la mano, y lanza un grito. Los otros, dejando las tazas, los rodean. Comienzan a caminar hacia la puerta y Caine se vuelve para unirse a ellos. El fracaso de uno es un fracaso mutuo, piensa. Todos nosotros estamos entrelazados. Esta es la lección de los monjes. Sin embargo, el que hay tras él toca a Caine suavemente en el hombro.
- Tú puedes quedarte -dice.
 
Caine se detiene. Guiados por el primer monje, los otros desaparecen tras la puerta abierta, alejándose para siempre de su vida y del templo. Caine se da cuenta que el maestro Kan lo está estudiando intensamente. Le devuelve la mirada. Sus ojos son profundos, complejos y, no obstante, curiosamente penetrables. Mirando hacia ellos, Caine piensa que quizá lo que este monje sabe pueda, tras un largo tiempo, ser comprendido. O, al menos, discernido. Quizá. Al fin, educadamente, aparta la vista.
- ¿Por qué no bebiste? -le pregunta en voz baja el monje.
Caine hace una reverencia.
Después de usted - dice-. Después de usted, honorable señor.
Haciendo un gesto al chico para que se siente de nuevo, el maestro Kan tiende la mano hacia delante y da un sorbo a su té.
Sólo entonces toma Caine su taza. Bebe con lentitud, saboreando el primer alimento o líquido que ha tomado en mas de una semana. El té al principio arde en su lengua, es en realidad dulce. Lo nota restaurador. Permite que pase a formar parte de su cuerpo, y luego bebe de nuevo.
El monje lo mira, por encima de la taza.
- ¿Dónde aprendiste esos modales? - le pregunta ahora.
- Mi abuelo - responde Caine-. El me enseñó muchas cosas.
- Te enseñó bien.
- Gracias -dice Caine. De nuevo bebe un poco de té, notando que algo importante está a punto de suceder en esta habitación. Aunque quizá no. Los otros han sido rechazados, y quizá también él lo sea. Pero también eso es importante, piensa. Todo es importante.
El maestro Kan le pregunta:
- ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Kwai Chang Caine.
- Caine no es un apellido chino -dice Kan-.
Hay algo en tu rostro que no es de nuestro pueblo.
- Mi padre era de los Estados Unidos, venerable señor -dice sin tono alguno Caine-. Sólo mi madre era china.
- ¿Sólo mi madre era china.
- ¿Y dónde están ahora tus padres?
Caine inclina la cabeza.
- Ambos están muertos.
- ¿Y tus abuelos? ¿El abuelo que te enseñó tan bien?
- Todos muertos -dice Caine-. Toda mi familia está muerta.
- ¿Sabes -dice el monje, sorbiendo su té y dejando con suavidad la taza vacía- que en el templo Shaolín jamás hemos aceptado a nadie cuya ascendencia no fuera totalmente china. Ni maestro ni aprendiz, ni siquiera como trabajador dentro del templo.
Caine mira al suelo.
- No sabía eso -dice-. Entonces, estoy descalificado.
Kan sonríe con suavidad y dice:
- Pero, naturalmente, siempre hay una primera vez para todo.
El alivio de Caine se muestra en su rostro y sus ojos se encuentran con los del maestro.
- Ven aquí -dice Kan. Extiende su mano, la mano con que ha mantenido en alto la taza de té, y muestra en la suave y vieja superficie  de su palma una única y brillante piedra.
- ¿Ves la piedra? -dice Kan.
- Sí. Es muy bella.
Kan asiente con la cabeza.
- Todas las cosas tienen belleza -dice-. Ahora, con tanta rapidez como puedas, arranca la piedra de mi mano.
Sin dudarlo, Caine se decide, y con un único y hábil movimiento sin preparación, lanza su mano derecha hacia el guijarro.
Y la aparta vacía. La mano de Kan se ha cerrado. El maestro alza la vista hacia él, con rostro inexpresivo, y luego su boca forma una curiosa sonrisa de gnomo.
- Cuando puedas tomar la piedra de mi mano -dice Kan-, entonces será el momento de que te vayas.
Caine no dice nada. No hay nada que decir. Inclina la cabeza y se siente lleno de reverencia. Kan se pone de pie.
- Por favor, ahora excúsame -dice, tomando su bastón.
Y tan silenciosa, tan rápidamente que Caine apenas si puede seguir sus movimientos, Kan se ha ido. Caine oye moverse la puerta, y ve una luz distinta entrando en la sala.
- Ese era Chen Ming Kan -dice el primer maestro-. Has hablado con aquel que nos guía.
Caine está en pie. Su mano sube hacia su barbilla. Se la frota meditabundo. En la distancia, cree poder oír la música del templo.


                                                       8

EL  NOVICIO  CAINE

El joven Caine está en pie frente a las paredes de su cubículo en el templo, y se pregunta si habrá sido traicionado. Por primera vez, en los muchos meses o años que ha estado aquí, tiene una sensación de duda y deja que la duda corra alrededor de su corazón como un animalillo, porque por lo menos ha aprendido que no puede ir en contra de su humanidad y de todo  lo que surge del sufrimiento.
 

Su cubículo es pequeño y oscuro; sólo lo ilumina una vela, y debe conservarla, pues sólo le dan una x semana, y si la deja encendida de modo continuo cuando hay oscuridad, pasará los últimos tres días de la semana en tinieblas. Ha aprendido a racionar y a valorar la luz. El único mobiliario en su habitación es el delgado jergón de paja que le sirve de lecho y de lugar de meditación. El cubículo está siempre frío incluso en pleno verano. Las paredes llenas de humedad. Huele a cosas antiguas. Y, a pesar de ello, el tiempo que pasa allí constituye su único descanso de las tareas a las que ha sido asignado, y piensa con amargura que debe ser la mejor parte de su vida.

Por lo demás, no hay nada. O todo: pequeñas tareas tristes y serviles para probar y al mismo tiempo doblegar su voluntad. Al principio pensó que se trataba únicamente de una prueba, y que cuando demostrase a los maestros que podía trascender el aburrimiento de la servidumbre le darían palmadas en los hombros, aceptándolo, y comenzarían el proceso de su iniciación. Ahora ya no está tan seguro. Parece como si las tareas fueran eternas y estuviera destinado a seguir siendo, como hijo de padre americano, ya medio rechazado por los herederos del templo, sólo un lacayo. No desea sentirse así. No desea tener esperanzas que romper. Pero ahora, en pie en aquella postura piensa que tal vez ése sea su destino.
 
Ahora es otoño. En el otoño barre las hojas tal como en verano cuida los escasos árboles que rodean el monasterio. En invierno es cuando quita la nieve de las escaleras del templo.... conoce las estaciones por poco mas que lo que le exigen. Ha estado barriendo hojas durante todo el día, moviendo un montón hacia otro mayor mientras las hojas se desparraman al viento destruyendo su trabajo una y otra vez cuando creía que ya estaba hecho, hasta que, finalmente, entre lágrimas, ha terminado el día tal como lo ha empezado... trabajo sin fin ni meta, que jamás estará terminado, pero que, sin embargo, debe hacer. ¿Es éste mi destino?, gime. Nadie le contesta.
 
Mira a través de una ventana de su cubículo, un bloque de vacío tallado en la turba, hace un centenar de años, por alguien que sin duda se sentía tan miserable como él. Ahora puede ver la silueta de una doble columna de maestros y sus discípulos. Se mueven a través del patio llevando túnicas que brillan, y de repente, como si jamás hubieran estado allí han desaparecido.
 
De pronto, Caine está decidido. Quizá no haya final para aquello, nunca, pero debe de haber algún fin para él. Ha hecho todo lo que le han ordenado y, a pesar de ello, no ha visto nada. Sale de su cubículo, yendo por el pasillo, hacia el lugar de asamblea en donde, en aquel momento, según el ritual que conoce, el maestro Kan espera la llegada de los maestros y sus discípulos. No se permite pensar en la audacia de lo que está haciendo, pues sabe que si lo hace, su lengua temblará, sus rodillas se convertirán en agua y ya no será capaz de continuar a lo largo del pasillo; pero, een cambio, llevado por algún éxtasis de revulsión, lo dejará todo, abandonará el templo y volverá a las calles a ser de nuevo un vagabundo. No desea hacer esto. Quiere, más que cualquier otra cosa, compartir aquello que el templo pueda ofrecerle, y sabe que no es por simples dudas o desesperación por lo que va hacia el maestro.... pero, sea cual sea la razón, el latido de su corazón y su respiración son irregulares; se obliga a sí mismo a detenerse en el corredor en tinieblas a apoyarse contra las húmedas paredes para recuperar con lentitud el aliento, deseando calmarse. No debe permitir que el maestro lo vea en este estado. Al menos, incluso si es rechazado y arrojado a las calles, se irá en posesión de su propia estima.
 
Casi se cae cuando comienza a caminar de nuevo. El corredor está resbaladizo, de tal manera que sólo los maestros y algunos de los discípulos pueden atravesarlo con gracilidad. Desde luego, hay mucho que aprender: no sabe nada. En la jerarquía del templo, está por debajo de las mismas hojas que lleva de un rincón a otro del patio. Pero no se dejará disuadir. Habiendo llegado hasta aquel punto, seguirá hacia adelante. Pronto verá al maestro y entonces estará resuelto.
 
En el verano, polvo; en el invierno, nieve. La primavera es para la lluvia, el otoño para las hojas. Pero lo pasillos por los que camina seguirán siempre siendo los mismos. El templo está fuera del tiempo; lo sobrepasará todo. Pasarán los siglos y también su agonía será como  nada contra esas paredes. Este pensamiento le da valor para seguir. No pensará más. Entra en la gran sala donde el maestro Kan está en pie en un rincón, esperando la entrada de los maestros y los discípulos y, antes de que pueda seguir considerando más su audacia, Caine camina hacia él. Kan contempla inexpresivamente su acercamiento, sin ofrecerle ni ánimo ni reproche. Recorre el camino dándose cuenta como nunca antes, de su torpeza, de su falta de todas esas cosas que Kan parece haber conocido desde siempre. Se da cuenta que aún lleva la escoba en la mano. Muy bien, así están las cosas. Que Kan vea en lo que se ha convertido

Hace una reverencia al maestro, manteniendo la escoba como un signo. La señal de un hombre que no es lo que lleva, sino lo que es.
Tras inclinarse mantiene su posición. No sabe lo que hará si Kan no habla. Ahora se da cuenta que no puede romper el protocolo del templo. Es más fácil irse inmediatamente o empalarse él mismo con aquella escoba. Si Kan no le rescata, reconociendo su presencia, piensa que habrá sido destruido. Muy bien. Pues ha sido destruido. Se dispone a dar la vuelta  para marcharse.


Kan lo mira y dice, en el mismo momento en que Caine empieza a dar la vuelta:
- ¿Qué pasa?
Caine se vuelve de nuevo. Ahora se siente enfocado por los ojos del maestro, aquellos pozos de energía y dolor. Sus temores caen de su cuerpo como si fueran ceniza.
- Dudo en explicarle...
- Estás aquí para explicarte -le dice Kan- así que, habla. Los demás llegarán pronto. No puedes iniciar un viaje con excusas.
- Sí -dice Caine, comprendiendo-. Sí.
Hace una pausa.
-Llevo aquí  muchas estaciones -añade.
Kan permanece en silencio, obligando a Caine a continuar. Este no se detiene a pensar lo que dice a continuación; le es arrancado de su interior, en un único y enorme gemido:
- ¿Cuándo aprenderé? -pregunta-. Maestro, ¿cuándo aprenderé?
Entonces alza la vista para ver que el rostro de Kan sigue imperturbable. Recuerda que en una ocasión vio, o creyó ver, amabilidad en esos ojos, pero no hay ni traza de ello ahora, sólo un alejamiento tan fuerte, una desaprobación tan obvia que hace que Caine se estremezca y, como un recipiente que es llenado hasta el borde con agua, la vergüenza lo inunda, entra por todos los recovecos de  su cuerpo, lo llena espumeante, subiendo por su interior y, de pronto, quizá por primera vez, aunque quizá no, desaparece su control, se le llenan los ojos de lágrimas y se aparta de Kan, no resultándole posible, por el momento seguir viéndolo. Se ha dado la vuelta. Ahora comienza el largo camino que lo aparta de él. La vergüenza forma también una alfombra y su paso es pesado.
 
De nuevo está en los pasillos. Su densidad lo ahoga, la misma historia del templo implantada dentro de esas paredes, un centenar de generaciones de sufrimiento y conocimiento para llevar al templo a este punto y él, la figura mas humilde que jamás hubiera caminado por aquellos espacios, está atrapado por ellas. ¿Quién era él para pensar que podría compartir alguna vez las enseñanzas del templo? ¿Quién es él, hijo de un padre estadounidense y una madre china, ambos miserables, ambos muertos hace mucho, para pensar, midiéndose con los maestros  de este gran templo, que es digno de conocimiento alguno?
 
Ha sido un estúpido, piensa Caine. Siempre ha sido un estúpido y ahora nada ha cambiado; sólo han pasado los años para vaciarlo. Tiene dieciséis años de edad, y lo único que puede ser es un vagabundo. Y, ante este pensamiento, tiene como una especie de inspiración: el templo se ha convertido en su vida. Por amargas y anodinas que hayan sido sus labores, han formado parte de él, como él ha formado de ellas; está entrelazado con el templo.
 
No hay otro lugar para él.
Continúa caminando a lo largo del pasillo hasta que, llegando al final,  ve la gran puerta en arco que lleva a una pequeña gruta situada a un lado del patio. Frente a la gran jaula para pájaros con sus espléndidos faisanes está sentado un maestro, dando la espalda a Caine volviendo al mundo tras sus meditaciones. Todos los monjes meditan durante horas cada día, haciéndolo con tanta facilidad como Caine el dormir, dado su agotamiento.
 
Cuando Caine vuelve a barrer, el maestro le dice:
- Eres el nuevo estudiante.
Asombrado, Caine mira al viejo sacerdote. Le sigue dando la espalda, y sin embargo no hay ningún otro al que pueda haberse dirigido. Por fin, Caine dice:
- No, no soy un estudiante - y trata de controlar su amargura, aunque dándose cuenta que, de todos modos, ésta es evidente-. Lo único que hago es barrer.
- ¡Ah! -dice en tono cálido el sacerdote, inclinando su cabeza-. Pero, ¿eres un buen barrendero?
Caine piensa en esto. los años vuelven a él de pronto y con ellos un juicio de valor.
- Sí -dice-, eso creo.
El sacerdote le hace un signo para que se acerque.
- Bien -dice-. Acércate a mí. Soy Po.
Caine se aproxima al monje sentado. Po inclina su cabeza hacia Caine, y éste ve de cerca la extraña impenetrabilidad, la lechosa blancura de los ojos de los ciegos.
- No puedes ver -dice Caine, al que el asombro le ha hecho salir de su reserva.
Po vuelve sus ojos hacia él y entonces sonríe con una cierta amargura.
- ¿Que yo no puedo ver? -dice con tono suave. Hay algo fuera del tiempo en esta pregunta; podría haber sido hecha por todos los ciegos de todas las épocas-. ¿Estás seguro de eso?
- De todas las cosas -dice Caine sin pensar, aún sobrecogido por esos ojos-, de todas las cosas que se me ocurren, el vivir en la oscuridad sería lo peor.
- Eso no es cierto.
- ¿No es cierto?
- No -dice con tono ligero Po-. El miedo es la única oscuridad. ¿Lo comprendes?
Asombrado, Caine niega con la cabeza. Las piedras bajo Po parecen moverse y brillar.

- Estoy tratando de comprender, con todas mis fuerzas -dice- pero mi comprensión aún no es suficiente para los maestros.
- Ah -dice Po de nuevo. Hace un gesto hacia una de las escobas de Caine que ahora está apoyada contra la pared del patio-. Deja que te muestre una cosa. Coge esa escoba y pégame con ella.
- No puedo... -replica Caine.
- ¡Vamos! -dice con firmeza Po-. Hazlo.
Sin protestar, Caine va hasta la escoba, la toma, y la alza en el aire. De nuevo, siente dudas: el golpear a un maestro es algo impensable.
- ¡No dudes! -le dice Po-. Limítate a hacerlo.
 
Y Caine baja la escoba, dirigiendo un fuerte golpe contra el hombro de Po, la parte dura y ósea en la que, espera, no le hará daño al maestro. Y con una facilidad tan perfecta que el movimiento casi resulta imperceptible, Po bloquea la escoba con un golpe de su palma extendida. La escoba tiembla en las manos de Caine.
- Otra vez - le dice Po.
 
Caine piensa que está empezando a comprender  lo que Po está diciendo. Pero lo que le importa es el reto, el reto inmediato, y, repentinamente disipado su miedo, se vuelve hacia el otro hombro del maestro, alza la escoba, y la deja caer de nuevo, en un arco algo distinto. Si Po está tratando de enseñarle algo, piensa Caine, entonces no puede hacerle trampas al ciego; debe cooperar. Tiene que intentar golpearle. Po bloquea este golpe con aún más facilidad que el primero, y esta vez la escoba se escapa de las manos de Caine, que están entumecidas por el impacto, y cae a alguna distancia de ellos cerca de una de las paredes opuestas del patio.
- Recógela -dice Po-, e inténtalo de nuevo.
 
Caine lo hace. Tiene la sensación de que está siendo vigilado; de que el balcón de arriba está lleno de maestros y discípulos mirando hacia abajo con atención, no con ira, sino con una gran curiosidad, de hecho con una cierta aprobación. No obstante, no alzará la vista para confirmar esta sensación. Si ésta es una lección que le viene del maestro Po, todo depende de lo que suceda entre los dos. Caine regresa con la escoba.
 
Ahora prueba con una serie de rápidos golpes. Al costado, directo al abdomen, una finta hacia la muñeca y luego un golpe al cuello, golpes rápidos, arriba y abajo; prueba a arrojar la escoba como si fuera una lanza hacia el vientre de Po, trata de alcanzarle a través de la armadura que son sus muñecas.... Y una y otra vez Po bloquea todos sus golpes, moviendo ahora sus manos con tal rapidez que Caine ni siquiera puede captar sus acciones: muñecas hendiendo el aire, revoloteos de dedos, movimientos de palmas ... hasta que, de nuevo, la escoba vuela de las manos de Caine hacia la pared, choca contra la piedra y cae. Caine nota que tiene completamente entumecidos los brazos, por debajo de los codos; pero mientras mira a Po sentado, tan imperturbable, hay algo con más vida en su interior. Se pone en pie y contempla al maestro. Lentamente, le llega el dolor, pero también el dolor es conocimiento.
 
Entonces, Po sonríe. Su rostro se ilumina con una sonrisa sin insidias, sin motivos ocultos, y Caine, antes de darse cuenta de que lo hace, descubre que le está devolviendo la sonrisa. Permanece allí en pie durante un tiempo, totalmente en paz, escuchando los sonidos del patio, notando aún aquella sensación de que está siendo observado. Pero no alzará la vista. No tiene por qué hacerlo. Lo que importa está en su interior.
- No supongas nunca que un hombre no puede ver porque no tenga ojos- le dice con suavidad el viejo sacerdote-. Cierra los tuyos.
 
Caine lo hace. Tras los párpados ve luz, la impronta del sol contra sus ojos. Mira hacia el suelo y la luz desaparece. Naturalmente. A través del interior uno ve el exterior. No hay diferencia entre los dos. La vida de uno es la condición del mundo vista desde el exterior. ¿Cómo no ha sabido esto antes?
  -Ahora -dice Po-, ¿qué es lo que oyes?
  Caine escucha. Los sonidos llegan a él  del silencio, y los va tomando tal como un niño tomaría briznas de hierba en un campo.
  -Oigo el agua -dice- . Oigo un pájaro. Oigo el viento.
  -Eso es obvio -dice Po-. Todo eso podría ser oído con tus ojos abiertos. Tienes que concentrarte más. Escucha con más atención y dime entonces lo que puedes oír.
  Caine mantiene su postura. Ahora se fuerza a apartar los otros sonidos de su conciencia, moviéndose más allá de aquellos sonidos superficiales en la manera que un buceador atravesaría la superficie de un quieto estanque para encontrar otro espacio vital.
  -¿Oyes el latido de tu propio corazón? -le pregunta Po.
  -Sí -dice Caine al cabo de un tiempo, cuando está seguro que el sonido es real-. Sí, lo oigo.
  -¿Oyes el saltamontes que está a tu lado?
  Caine sigue en su postura. Escucha. No obstante, aparte de su propio corazón no puede oír nada y no puede mentirle al maestro; esto destruiría el significado de la lección. Sólo puede decirle lo que sabe.
  -No -dice-, no lo oigo.
  -Abre tus ojos - dice Po, y Caine lo hace, y ve junto a él a un pequeño y delicado saltamontes frotándose las patas. Ahueca la mano sobre el insecto casi reverentemente; nota el pequeño batir contra su palma y le deja escapar.
  -Anciano -dice entonces, mientras el saltamontes desaparece bajo la luz del sol-, ¿cómo te es posible escuchar esas cosas que te rodean?
  Po ha mantenido su sonrisa. Ahora mira a Caine de una manera en que, piensa éste, jamás nadie le ha mirado antes.
  -Joven -dice-, ¿cómo es que tú no puedes? Incluso la oscuridad tiene su sonido.
  Caine asiente con la cabeza. Mira hacia el suelo. Cree comprender. Po no dice nada, reasumiendo su postura de meditación. Caine oye los sonidos de la respiración del maestro, la aspiración pausada, el débil sonido del corazón de Po mientras colabora con el aliento en producir esa maravilla llamada vida.
  Un lagarto corre a lo largo de la hierba moviéndose hacia él, aún a seis metros de distancia. Caine oye el sonido del lagarto. Es más fuerte que el del saltamontes, y deja pequeños espacios vacíos entre sus correteos. El saltamontes había producido un sonido mas continuo e ininterrumpido.
  Caine contempla cómo el lagarto traza un círculo y luego se escapa en ángulo recto, alejándose de donde él está. Y antes de que el animalillo haya alcanzado la pared, Caine ha sido capaz de saber en que dirección deseaba ir.

  Estaba barriendo las hojas que había en el patio cuando se detuvo para contemplar una, casi la última que había en el árbol, y se encontró a sí mismo deseando en silencio que soportase la prueba, que permaneciese en la rama.
  -¿Qué es lo que te preocupa, pequeño saltamontes? - La voz, cálida e insinuante, era la del maestro ciego Po, cuyo silencios acercamiento no había atraído la atención del muchacho.
  Un poco alarmado por haber sido atrapado sin trabajar, contestó con tono tímido:
  -Me parece triste, maestro. La hoja se aferra con bravura, pero el viento la derrotará pronto. Y la lucha de la hoja no habrá tenido utilidad alguna.
  -¿Y piensas que la vida de un hombre puede ser así? -preguntó con suavidad Po- . ¿Qué un muchacho, por ejemplo, pueda ver cómo sus padres y sus abuelos son arrastrados como las hojas por el viento, mientras él se aferra  solitario a una rama, luchando por permanecer en ella, pero sabiendo que le llegará el momento de caer?
  -Había pensado en algo...en algo así -había contestado Kwai Chang Caine, mientras la pena le constreñía la garganta.
  -Siéntate, saltamontes. Hablemos un poco más de las hojas, ya que te interesan tanto.
  Aunque se sentó a una distancia respetuosa del maestro, el muchacho notó una extraña sensación, como si Po le hubiera rodeado con un brazo paternal.
  -Cuando cae la hoja, ¿desaparece? -continuó Po.
  -No, maestro -el muchacho sonrió lastimeramente-. O de lo contrario, no tendría que pasarme los días barriéndolas.
  -Y, cuando las has barrido, ¿qué les sucede?
  -Las llevo al jardín -respondió Caine-. Las pongo alrededor de las raíces de las plantas jóvenes, para protegerlas del frío del invierno, o para cubrir las plantas de hortalizas. Así, a la siguiente primavera harán que la tierra fructifique más.
  -Entonces, saltamontes, si son tan útiles cuando han caído del árbol, ¿hace mal el viento cuando las arranca?
  Caine dudó.
  -No, maestro, pero....
  -Lo que a ti te parece una batalla no lo es. El viento es una fuerza de cambio necesaria, que permite que la hoja lleve a cabo su destino. No es ningún conquistador, ni la hoja es conquistada.
  El muchacho permaneció en silencio un instante. Finalmente, con gran respeto, preguntó:
  -¿Y no puede ocurrir que la hoja que permanece en la rama tema la idea de caer de la misma?
  Po sonrió con calor.
  -Quizá. O tal vez acepte su destino. Durante cualquier vida soplan todo tipo de vientos, y sin los cambios que aportan, no existiría la vida. Pero ya puedes dejar a un lado tu escoba y tus hojas, pequeño saltamontes, pues creo que es la hora de comer.

  Era de noche, una noche sin estrellas, y el patio estaba totalmente a oscuras. Al joven Caine sólo le llegaba una débil luz amarilla de una hilera de lejanos cirios.
  Ante el enjuto muchacho se alzaba una puerta de barrotes de hierro. Estaba inmóvil frente a ella, y en su rostro había una expresión mezcla de curiosidad y miedo.
  Al cabo de un momento la voz del maestro Po surgió de la oscuridad que había tras él.
  -¿Por qué dudas, pequeño saltamontes?
  Caine se volvió para mirar al sacerdote que se acercaba.
  -Tengo miedo.
Po se detuvo junto a él.
  -¿Qué es lo que temes?
Tendiendo la mano para tocar los barrotes de la puerta de hierro, Caine le contestó:
  -No sé lo que hay detrás de ella.
  -Sólo hay un pasillo, al final del cual hay una habitación que ya no se utiliza -le dijo el sacerdote ciego-. ¿Es eso algo que produzca temor?
  -Está muy oscuro, maestro.
  -¿No está también oscura tu habitación?
  -Sí.
  -¿Y también tienes miedo allí?
  -No, maestro.
  -Entonces, quizá haya una razón más importante para tu miedo.
  El joven Caine dudó, y luego le hizo una confidencia:
  -Antes de que entrase aquí, un muchacho que pedía limosna en el mercado me habló de un pasillo de la muerte. Me dijo que la habitación que hay al final de ese pasillo contenía los huesos de los muchos que habían entrado y nunca habían salido.
  Una sonrisa apareció en el rostro del maestro Po.
  -Pero, pequeño saltamontes, ¿qué es lo que te he dicho yo?
  -Que la vida es un pasillo -le contestó Caine-. Y la muerte tan sólo una puerta.
  -¿Y no me crees?
  -Sí maestro -le dijo Caine con lentitud-. Pero, a pesar de ello, sigo teniendo miedo.
  El sacerdote ciego puso una mano sobre el hombro del muchacho.
  -Con el tiempo aprenderás a sentir únicamente miedo de tu propio miedo - le dijo-. Ahora, tu cama te espera, saltamontes.


                                    Caine  recordó

  Po, el maestro ciego, iba hacia él, con una sonrisa tranquilizadora en el rostro. Llevaba una vela encendida en la mano.
  -Ahora, pequeño saltamontes -dijo-, descubramos  lo que se halla detrás de esa puerta.
  Dio a la puerta de hierro un suave empujón, que hizo que se fuera abriendo lentamente, hacia adentro.

 -Ven, vamos a entrar.
Con alguna reluctancia, el joven Caine dijo:
  -Muy bien, maestro.
  Siguió al sacerdote al pasillo en penumbras que guardaba la puerta.
  Llevando por encima de su cabeza la vela parpadeante, el maestro guió a Caine a lo largo del suelo de piedra.
  Al final del largo pasillo, Caine podía ver ahora una puerta de madera tallada. Al otro lado de aquella puerta debía de hallarse la habitación de la que había oído hablar, la habitación de la muerte.
  -Ah, sí, aquí está -dijo el maestro Po, deteniéndose.
  -¿El qué, señor?
  Con su bastón, Po golpeó una viga de madera que descansaba en el suelo, junto a la pared.
  -Trasládala al centro del comedor.
  El joven Caine llevó trabajosamente el largo madero desde la pared hasta donde le había sugerido el sacerdote ciego.
  -Ya está hecho, maestro.
  -Camina a lo largo de la vida -le dijo el maestro Po-. No toques el suelo hasta que no hayas llegado al otro extremo.
  Con los brazos extendidos, Caine subió a la viga. Tratando de mantener los ojos apartados de la puerta situada en el extremo del pasillo, recordó su camino a lo largo de la viga. Un poco más allá del centro estuvo a punto de perder el equilibrio, pero se recuperó a tiempo, y acabó el recorrido.
  -Muy bien -dijo el sacerdote-. Ahora, inténtalo de nuevo, regresando hacia mí.
  El segundo intento, especialmente, dado que daba la espalda a la puerta, le resultó más fácil.
  -Esto aún está mejor -dijo el maestro Po cuando Caine se halló de nuevo junto a él-. Por ahora, podemos abandonar este lugar.
  Cuando estuvieron de nuevo en el patio, añadió:
  -Mañana, pequeño saltamontes, y durante el resto de la semana, quiero que hagas prácticas de caminar por encima de la viga.
  -¿Puedo saber por qué?
  -En la habitación del otro lado de la puerta -le explicó el sacerdote-, hay un depósito lleno de ácido. En otro tiempo era usado para bruñir los ornamentos metálicos. Ahora sirve solamente para enseñarle a cada estudiante la importancia del equilibrio.
  -¿Quiere decir, maestro, que el estudiante debe recorrer todo el largo de una viga -preguntó Caine-, mientras se halla suspendida sobre el depósito de ácido?
  -Ah, has comprendido perfectamente las circunstancias que rodean a la prueba, saltamontes.
  -Pero, si un estudiante perdiese el equilibrio y cayese... ¿no sería consumido por el ácido?
  El maestro Po le contestó:
  -Siempre es esencial mantener el equilibrio de uno mismo, ¿no es así? -puso momentáneamente una mano sobre el hombro del joven-. Estoy seguro que sobrevivirás.
  -Me prepararé, maestro.
  -Una decisión muy sabia, saltamontes.
  La mano del maestro ciego Po, se extendió hacia una puerta de madera tallada. Insertó una adornada llave en la cerradura, le dio la vuelta, y empujó la puerta, abriéndola.
  -Ya estamos dispuestos para la prueba.
  Con lentos pasos, el joven Caine siguió al sacerdote, vestido de azafrán, hasta la habitación circular.
  -¿Ves la viga sobre la que has estado practicando?
  -Sí, maestro.
  Unos candelabros de pared de hierro negro circundaban el muro de piedra, cada uno de ellos sostenía media docena de velas encendidas. En el centro de la habitación había un gran depósito hundido. Ahora la viga se tendía sobre él, de borde a borde. Del líquido que había en el depósito se alzaban unos vapores temblorosos, que se mezclaban con el delgado humo blanco de las parpadeantes velas.
  El maestro Po cerró la puerta.
  -Mira - golpeó una sola vez el suelo con su bastón, antes de caminar recto hasta el borde del humeante estanque. Tendió un pie y tocó el puente creado por la viga-. Vas a ver, saltamontes, que es posible cruzar la viga a salvo.
  Mientras Caine miraba, con su boca un tanto abierta, el sacerdote ciego subió a la estrecha viga. Contempló los pies de Po durante un momento, pero entonces su mirada fue atraída por algo que había en el mismo estanque. Era difícil verlo con claridad a través de los vapores que se alzaban. Pero Caine tuvo la impresión de que era un esqueleto humano, lo que estaba viendo en el fondo del ácido. Alguien que no había superado la prueba.
  -¿Lo ves?, no es tan difícil.
  El joven Caine parpadeó. El maestro Po estaba al otro lado del estanque.
  -Ahora te toca a ti.
  -Sí, maestro -dijo Caine sin moverse.
  -¿Por qué dudas, pequeño saltamontes?
  -Me parece haber visto.... -su voz horrorizada se perdió en el aire.
  Po esperó. Al fin, el muchacho continuó:
  Veo donde han caído otros.
  -Haz que tus ojos sólo vean la viga -le aconsejó Po-. De este modo, tú no fracasarás.
  Caine se obligó a sí mismo a caminar hasta el borde del depósito. Tragó saliva, se pasó la lengua por los labios y puso un pie sobre la viga.
  Los vapores hacían que el estrecho puente pareciese curvarse. Cuando Caine se halló sobre el centro del estanque, miró hacia abajo para poder ver mejor lo que había atisbado desde el borde. Era un esqueleto humano.
  Su siguiente paso no fue sobre la viga. Durante lo que pareció un espacio de tiempo interminable colgó en el aire, inclinado en un ángulo imposible. Tendió los brazos, pero no había nada a su alrededor a lo que agarrarse, excepto los vapores.
  Caine cayó aullando, hacia la superficie del líquido.
  Notó que era el último momento de su vida.
  Se hundió con un tremendo chapoteo.
  Descendió un tanto antes de darse cuenta de que no le estaba pasando nada. Su carne seguía pegada a los huesos.
  Comenzó a nadar, luchando por llegar al aire que había encima.
  Las risas del maestro Po llenaban la habitación. Tendió su bastón hacia el muchacho que escupía líquido.
  -¿Cómo es esto, saltamontes? Aún no eres un montón de huesos.
  Aferrando el bastón, y saliendo del estanque, Caine dijo:
  -El depósito está lleno de agua, simple agua caliente.
  -Ah, pero tú creíste que era ácido.
  Estremeciéndose y goteando agua, Caine dijo:
  -Ví un esqueleto, maestro.
  -¿Tú crees? -poniéndose en cuclillas, el maestro Po hurgó en el fondo del depósito con la punta de su bastón-. Ah, esto debe ser lo que te ha horrorizado.
  Sacó un trozo de hule del tamaño de un hombre.
  -Me han dicho que es una pintura excelente, pero sólo una pintura.
  Sonriendo, Caine tomó la pintura de la punta del bastón y la enrolló.
  -La superstición -le dijo el maestro Po-, es como un imán. Tira de ti en la dirección de tu creencia. Habiendo aprendido esto, ¿qué es lo que temes ahora?
  -Sólo mi propio miedo, maestro.
  -Regresemos al patio, pequeño saltamontes.



                              Caine  había  preguntado:
  -Cuando mis enemigos me rodean, ¿cómo puedo liberarme de ellos?
  -Bueno, naturalmente, puedes caminar entre ellos sin ser visto -le había contestado el maestro Kan-. O sentarte, o permanecer de pie entre ellos, sin que te vean.
  -¿Quiere decir... volverme invisible?
  -Sólo para aquellos que no saben ver.
  -Pero todos los hombres saben ver.
  -¿Acaso tú ves tan bien como el maestro Po, que está ciego?
  -No.
  -Nunca te volverás invisible para el ciego que ve.
Nunca serás visto por el hombre que tiene ojos pero no ve.
  -¿Cómo puede ser eso?
  -En un campo de margaritas, sé una margarita. En una habitación vacía, sé un rincón desierto. Entre una muchedumbre de gente importante, sé alguien sin importancia. De este modo nunca se fijarán en ti, ni te verán ni te observarán.
  -¿Nunca?
  -Nunca. Por ejemplo, puedes topar con un ciego.


  ¡Cuánto tiempo hacía que había oído aquellas palabras al Maestro Kan en el monasterio Shaolín que había sido su hogar durante tantos años! Había practicado para ser la margarita, el rincón desierto, la persona nada importante; y la práctica le había servido a menudo.

  Aquello formaba parte de su disciplina, de su tao, de su forma de vida.
  Era un sacerdote shaolín.




                                                             10

EL  ESTUDIANTE  CAINE


  Han pasado tres días o tres meses desde que ha estado con el maestro Po y ha asimilado sus lecciones. Este ya no se ocupa de Caine, quien ha continuado con sus tareas, haciéndolas bien y sin resentimiento. Ahora tiene una nueva concepción del tiempo y comprende que lo que tiene que ser siempre ha sido; por consiguiente, la espera no es un período de expectación, sino sólo una suspensión del futuro. La vida es demasiado preciosa, el mismo esperar debe ser preservado como una de sus partes.
Ciertamente, no existe esa cosa llamada aburrimiento. Escucha al lagarto. Ha oído al saltamontes. De vez en cuando, en su cubículo, con los ojos cerrados, escucha su corazón. El tiempo pasa o no pasa. Caine se da cuenta que, durante todo el tiempo que ha estado en el templo ha estado aprendiendo.
  Ahora, friega el suelo. En este mes todos los suelos deben ser limpiados, y vueltos a limpiar para el momento del festival. Es agradable sentir la esponja bajo su mano, y también es satisfactorio el pungente aroma del jabón y el agua. Absorto, sólo al cabo de un tiempo se da cuenta que alguien se halla detrás de él observándole. Alza la vista sin brusquedad. Kan está allí en pie, con los brazos cruzados, su rostro tan impasible como siempre. Caine se alza, coloca el cepillo en el suelo y, firme, se inclina. Kan baja la cabeza en devolución del saludo.
  -¿Cuánto tiempo has estado aquí? -pregunta.
  -Muchísimo tiempo, señor -le contesta Caine.
  -Ah -dice Kan. Mira al trapo y al cubo y, luego, por primera vez, cruza verdaderamente su vista con la de Caine. Este ve que la dureza del anciano es fingida. En sus ojos ve humor y luz-. ¿Cuánto tiempo dices que has estado aquí?
  Caine hace una pausa. Piensa. Y luego comprende.
  -No mucho, señor -dice en voz baja-. Realmente, muy poco.
  Kan sonríe. Parece adelantarse para tocar a Caine y luego, suavemente, su mano se retira. Caine nota la impronta de la mano del anciano, colocada con gran suavidad sobre su brazo.
  -Pronto aprenderás - le dice Kan.
  Se aparta con rapidez y Caine regresa a su trabajo. Ahora que al fin ha llegado el momento, no siente ansiedad alguna. No existe la ansiedad. Aprenderá lo que el templo deba enseñarle... pero, por ahora, dado que todas las tareas son iguales y estamos más allá de un juicio definitivo, lo más importante es dejar el suelo más limpio de lo que había estado antes.
  Y se da cuenta que, mientras trabaja, puede oír su corazón...
  Caine está en el patio. Ante él, dispuestos en cinco grupos de cinco hombres cada uno, con un maestro por grupo, se hallan los maestros y los discípulos. Está siguiendo al maestro Po, que golpea las losas de piedra con su bastón, mientras caminan hacia el espacio abierto del patio. Este es perfectamente blanco a pesar de que se ven destellos de sol, que está oculto por las altas paredes que rodean el patio. La cabeza de Caine sigue afeitada: descalzo, usa el atuendo de los novicios. Cuando se unen al maestro Kan y al maestro Shun los otros maestros interrumpen sus lecciones para dedicar toda su atención al maestro Kan. Anonadado por las ojeadas que ha podido dar a los sistemas del Kung Fu y por la blancura del patio, Caine piensa que jamás lo ha visto así. Los maestros y sus discípulos, que mantienen sus grupos, están tan inmóviles como si fueran piedras.
  -Hay tres clases de personas en el templo Shaolín - está diciendo Kan -. Los estudiantes, los discípulos y los maestros. El desarrollo de la mente sólo puede lograrse cuando el cuerpo ha sido disciplinado.
  Sí, piensa Caine. Lo comprendo. La mente es hija del cuerpo; no puede existir independientemente, sólo es una extensión de lo que conocemos de un modo físico.
  -Y, para lograr la disciplina del cuerpo, los ancianos nos han enseñado a imitar a las criaturas de Dios.
 Caine mira.
  Los grupos comienzan a moverse.
  Uno por uno, los discípulos y los maestros, bajo la dirección de kan, le muestran a Caine los sistemas de las criaturas de los cielos. Lo hacen con cegadora velocidad y facilidad; sin embargo, cuando están en descanso, permanecen totalmente inmóviles como si fueran estatuas. Cinco grupos en descanso, uno en movimiento. Caine no sabe qué es lo que le parece más asombroso: la demostración de los sistemas, o la disciplina de maestros y discípulos en descanso.
  -Es algo parecido a la danza -dice kan-. Pero al mismo tiempo es más y menos; la danza podría haber evolucionado a partir de esto. Presta mucha atención, pues aquí está la ética shaolín. Cuando comprendas esto tendrás una aproximación, aunque muy vaga, al sentido de lo que creemos.
  Gracilidad y autocontrol. Velocidad y paciencia. Tenacidad. Kan lleva a Caine hasta uno de los maestros.
  -Este es Shun -dice-, maestro del sistema de la grulla blanca. De la grulla aprendemos gracilidad y autocontrol.
  Shun asume la postura de la grulla. No, piensa Caine, no es eso lo que hace; más bien se convierte en una grulla, se ha identificado con la gran ave blanca mediante el ajuste de su cuerpo y los movimientos de su mano. Dos de los discípulos son elegidos por Shun de entre el grupo, y con un par de movimientos de la mano izquierda, dando golpes con ella en el último momento para evitar serias lesiones, Shun demuestra el verdadero uso del sistema de la grulla blanca.
  -La serpiente -dice Kan-. Atento ahora. Teh es el maestro.
  Como si su atención debiera cambiar con un panorama, Caine se encuentra ahora enfocando su vista sobre un maestro que, en un pequeño espacio a un lado del patio, estaba moviéndose hacia un discípulo con un deslizarse lento, reptilesco. Sus manos se mueven dentro y fuera del arco hecho por las manos del discípulo en su defensa y, de repente, el discípulo recibe un golpe terrible en el pecho que sólo es detenido en el último instante y se tambalea hacia atrás, hasta topar contra la pared. Con rapidez, el maestro se mueve hacia él, le da un rápido abrazo, y luego vuelve a asumir su mortífera postura.
  -El sistema de la serpiente enseña flexibilidad y resistencia rítmica -dice Kan-. De todos los sistemas es el que se asume con más facilidad y es también el más peligroso. Un golpe mal dirigido puede matar a un oponente.
  -¿No es éste su propósito? -se encuentra preguntando Caine-. ¿No está destinado a matar?
  Y entonces, una mirada cortante de Kan le hace sentir de nuevo vergüenza de sí mismo. Baja los ojos al suelo, aceptando ya el reproche que aún no ha llegado.
  -El propósito de nuestros sistemas no es matar -dice Kan-, ni destruir ni mutilar, ni causar daños a cualquier oponente, excepto a aquellos que nos hayan hecho las provocaciones más extremas y que representen no sólo nuestra propia destrucción, sino la destrucción del templo. Hemos aprendido estos sistemas, tal como nos los transmitieron los ancianos, sólo porque a través de ellos podemos lograr un completo control y armonía con el camino del cuerpo... pero junto con este conocimiento aprendemos la moderación. Un maestro que usa alguno de estos sistemas sin una justa provocación, una provocación que aprobase un comité de otros maestros, es objeto de exilio del templo y de sus enseñanzas. Se convierte en un exilado.
  Su rostro se suaviza un poco.
  -Lo aprenderás todo a través de las enseñanzas -continúa-. Pero resulta natural, y puedo comprenderlo, que te sientas asombrado por la demostración de los sistemas. No hace mucho tiempo, en la corriente de los años, yo me encontré donde tú estás ahora, Caine.
  Le toca en el hombro.
  -No podemos entretenernos -prosigue-. No es momento para la enseñanza de los aspectos más profundos de todos estos sistemas sino sólo de uno en el que los verás todos demostrados en varias formas.
  Van hasta Yuen, el maestro del sistema de la mantis religiosa.
  -La mantis religiosa nos enseña velocidad y paciencia -dice Kan -. Observa ahora.
  Caine sigue el dedo. En un rincón del patio, un maestro está acurrucado su pierna izquierda, con el brazo derecho extendido muy alto sobre su cabeza. Caine puede comprender lo que quiere decir Kan: el maestro ha asumido la posición de la mantis religiosa, cuyas antenas captan cualquier movimiento. Ahora, mientras el discípulo describe círculos alrededor del maestro, éste  golpea con rapidez, abatiendo su brazo sobre el hombro del discípulo, para de nuevo detenerse en el momento del impacto; y aún así, la figura del discípulo se estremece, y casi cae al suelo.
  -Un estado de vigilancia extrema -dice Kan. Caine se da cuenta de que ahora el maestro está sonriendo abiertamente-. Es el más perfecto de todos los sistemas, porque, como la misma mantis de la que toma su nombre, lo intercepta todo. El de la mantis es un sistema suave, el epítome de la defensa. Ahora verás el sistema que más se acerca a ser puro ataque... pero que sólo surge cuando el maestro ha recibido una provocación severa. -Kan hace un gesto-. Este es el camino del tigre.
  Caine mira. En su propio rincón, un maestro ha asumido la gracia felina de un tigre. La mimetización es perfecta. Con las manos extendidas, el maestro avanza y retrocede, con sus dedos moviéndose como las garras de un tigre.
  Un sistema muy espectacular -dice Kan-. Y uno por el que los novicios se sienten muy atraídos, dado que es el más agresivo siendo lo más aproximado a la forma de combate instintiva y natural de que los sistemas nos enseñan uno tras otro y en su propia manera, a defendernos. Ahora, contempla al dragón. Del dragón aprendemos a viajar con el viento.
  En un rincón oscuro del patio, un maestro ejecuta un salto dando una patada hacia un lado, con tal suavidad que por un instante atemporal parece estar flotando en el aire. Cae al suelo grácilmente,  continuando los movimientos del dragón.
  Caine exclama:
  -Jamás he visto nada como esto.
  -¿Comprendes por qué tu aprendizaje fue tan largo?
  -No pareció tan largo -dice Caine, y entonces se da cuenta que n siquiera había necesidad de haber dicho esto. La pregunta era su propia respuesta; Kan no dice nada innecesario. Ruborizándose, permanece bajo la mirada de Kan hasta que la expresión del maestro vuelve a suavizarse.
  Puede llevar media vida el dominar uno de estos sistemas -dice Kan-. Los sistemas son sólo la expresión del espíritu. El espíritu debe ser reunido para su expresión como un gran rompecabezas que ha sido dispersado y que sólo puede ser vuelto a montar por el maestro y el estudiante, trabajando durante la mitad de una vida.
  -Usted es un maestro -dice Caine, mirando por todo el patio-. ¿Cuál de estos sistemas enseña?
  Kan ya se ha dado la vuelta. Completada la lección, está a punto de abandonar el patio. Ahora, se queda en la puerta que se abre a la luz del templo y, volviéndose, dice, casi con aire casual:
  -Los enseño todos.
  Luego, con una ligera reverencia, entra en el templo.



  El maestro Kan había hablado de los ciegos que veían y de los videntes que no veían. Caine era uno de aquellos que habían aprendido a ver. Recordaba haber estado, hacía muchos años, sentado en un jardín encantador con el maestro Po, cuyos ojos blancos y ciegos estaban fijos al frente. Cerca de ellos había un cerezo, y una mariposa llegó por el aire y se posó en una de las ramas.


  El maestro Po sonrió complacido.
  -La reina de las mariposas -dijo-, descansa en la joven flor del cerezo.
  Caine miró a su instructor, pensativo.
  -Es usted ciego. ¿Cómo ve esto, maestro?
  -Lo veo con mis recuerdos. Huelo que ya es primavera. Sé que a la reina le encanta el cerezo. No el aleteo en el aire. Todo esto me da una imagen.
  Que el maestro ciego pudiese “ver” tanto dejó de asombrar a Kwai Chang Caine. No sólo podía “ver” mariposas en los cerezos, sino que además podía detectar y contrarrestar el golpe de un palo o de una espada. En realidad era el principal instructor de Caine en las artes marciales usadas en la autodefensa.
  -A veces -dijo el chico-, me siento extraño. Usted me hace creer que quizá fuera mejor ser ciego.
  El maestro Po sonrió y dijo con amabilidad:
  -Esto es sólo porque aún estás aprendiendo. El maestro Kan te enseñará a no ser visto, y yo a ver.¿Y acaso las dos cosas no son lo mismo?
  -No entiendo cómo.
  -Enfréntate con este acertijo. Cuando dejes de comprender la pregunta, comprenderás la respuesta.
  -¿Cuándo sabré tanto como usted?
  -Cuando puedas oír a la serpiente y ver a la garza real entre la niebla.

  Una tarde había estado tocando el laúd, mientras el Maestro Po le escuchaba. Llegó el Maestro Ling, llevando un sextante que Caine le había dejado. Esperó hasta que Caine dejó de tocar, y luego le entregó el sextante.
  -Kwai Chang Caine -dijo-. Ha sido muy amable por tu parte el permitirme que lo usase. Me ha sido de gran utilidad.
  Caine hizo acopio de valor, y luego dijo:
  -Por favor, quédeselo.
  -Muchas gracias -dijo el Maestro Ling-, pero ya he acabado con mi trabajo.
  -Yo... ya no quiero tenerlo.
  -¿No era de tu padre? -preguntó el maestro Ling, sorprendido.
  -Ahora es de...usted.
  El maestro Ling se inclinó dándole las gracias y aceptando el regalo, y Caine le respondió con una inclinación de la cabeza. Luego volvió a tocar el laúd, sabiendo que el maestro Po  había escuchado con gran interés aquella conversación. En secreto, Caine esperaba su aprobación.
  -¿Ya no deseas saborear el recuerdo de tu padre a través de ese objeto que le fue tan querido? -le preguntó el maestro Po al cabo de un momento.
  -Me ha enseñado usted a no poseer nada... para que nada me posea.
  -Cierto. Pero el sextante era sólo un recuerdo que podías tener no sólo en tu corazón, sino también en tus manos.
  Ya tengo una cierta edad. Debo dejar a un lado tales recuerdos, Maestro.
  El Maestro Po habló con suavidad:
  -Entre un padre y un hijo hay un puente que no puede destruir ni la muerte ni el tiempo. Cada uno está en un extremo de ese puente, y necesita cruzarlo para encontrarse con el otro.
  -Pero está muerto.
  -El puente del que hablo, pequeño saltamontes, es tu pena por él.


  Estaba de pie sobre una plataforma circular, sin camisa, con sus anchos pantalones negros y un ceñidor rojo. En un semicírculo, alrededor del borde de la plataforma, había tres velas encendidas, cada una de unos noventa centímetros de alto. El maestro Kan, que estaba situado junto a la plataforma, le instruía.
  -Golpea cada llama a la distancia del ancho de un pergamino de la mecha. De este modo, apagarás la llama, y no habrás tocado la vela.
  -¿Cuál es el propósito de un golpe tan difícil, maestro?
  -La disciplina. Para que así aprendas a golpear con mucha fuerza, pero en el lugar que deseas y no en otro.
  Practicaba diariamente. Le parecía imposible lograr aquella habilidad. Lanzaba por el aire las velas, se quemaba los pies con cera caliente. Pasaron semanas, y luego meses. Pero hubo un día en que dio un grácil salto, golpeó con rapidez con un pie y apagó limpiamente una llama, dejando, sin embargo, la vela intacta e inmóvil. Luego, a veces lograba apagar dos seguidas, y al fin pudo apagar las tres, casi siempre.
  Pero el objetivo del ejercicio, como bien sabía, no era apagar velas, sino propinar potentes patadas con absoluto control y precisión.
  Un día, cuando hubo demostrado su habilidad y recibió la sonriente aprobación del maestro Kan, le dijo:
  -Maestro, estoy preocupado. Aprendemos a potenciar la fuerza de nuestros cuerpos, y sin embargo se nos enseña a reverenciar todo aquello contra lo que podríamos usar tal fuerza.
  -Tienes que estar preparado para defender tu vida o la vida inocente de otro, cuando sea amenazada -le replicó el Maestro Kan.
  -Pero, estando mejor preparado que otros, ¿no debería presentar siempre batalla...  y combatir?
  El maestro Kan alzó una mano como para contener su violencia y Kwai Chang Caine supo lo que iba a decir:
  -Ignora la lengua que te insulta. Evita el golpe que te provoca. Huye del ataque, tanto si viene del fuerte como del débil.
  Con una cierta sensación de desafío, Caine preguntó:
  -¿No son estas las acciones de un cobarde?
  -El jabalí huye del tigre -le dijo el maestro Kan-, sabiendo que cada uno de ellos, habiendo sido bien armado por la naturaleza con una fuerza mortal, puede matar al otro. Al huir salva su propia  vida... y la del tigre. Esto no es cobardía. Es amor a la vida.
  Tenía tanto que aprender....




                                       12

EL  JOVEN  DISCÍPULO  CAINE


  Han pasado meses o años, y las vestimentas de novicio han sido dejadas a un lado. Otros niños, como era él hace años, han llegado al templo como aprendices después que él, y ahora Caine ya no es el estudiante solitario que era en la primera demostración, sino que forma parte de un grupo de siete discípulos, que trabajan con los maestros. Y ahora comprende, y sigue los caminos del trabajo del templo... Hay un lento reunir, a lo largo de los años, los novicios posibles; luego nada durante mucho tiempo, hasta que todos ellos están cualificados para el entrenamiento, y después, de nuevo, la búsqueda de uno entre los millares que desean entrar en el templo y que quizá se convierta en un aprendiz. El templo no acepta un número superior al que puede entrenar... y no comienza el entrenamiento para nadie que no haya demostrado ya ser digno. Ahora Caine se da cuenta que la mitad de la educación se halla en los trabajos realizados antes de que comience la instrucción. Es duro que éste deba ser el camino, pues las lecciones aprendidas tienen un alto costo... pero no hay otro. La disciplina es inflexible, la religión  compleja, y llegar a una verdadera comprensión necesitaría el espacio de varias vidas. Caine piensa que, en alguna forma profunda, nunca será más que un novicio. Pero esto también les ocurre, y ellos serían los primeros en decirlo, al maestro Kan, el maestro Po, el maestro Shun. Todos los caminos deben ser iniciados con una gran humildad. Así que aprenderá lo que pueda, hará lo que pueda y sabrá que toda la vida exceptuando el misterio de la muerte misma, debe ser vivida en un estado de no consumación.
 
El maestro Wong, del sistema del dragón, está sentado en una gran sala desnuda, rodeado de discípulos, lanzando adornadas estrellas de bronce a un blanco. Con los ojos cerrados, lanza las estrellas de bronce a un blanco. Con los ojos cerrados, lanza las estrellas con fuerza enorme y gran habilidad. Casi todas ellas dan en el blanco en su mismo centro. Al cabo de un tiempo, el maestro Shun, que está dando una plática, debe interrumpir la demostración para permitir que Caine arranque las estrellas del blanco y dejar así más espacio para el maestro Wong.
  Los ojos del maestro Wong están cerrados. Cuando no está lanzando estrellas, está meditando. Es más: su lanzamiento parece ser parte de la meditación misma, por lo completa que es la unión de los dos. Sus movimientos fluyen del descanso al lanzamiento de modo imperceptible, con mayor rapidez de lo que es posible para Caine seguir.
  -Está practicando -dice el maestro Shun-. El alcanzar de esta manera un blanco es demostrar una fuerza interior.
  Wong sale de su meditación, lanza cinco estrellas en el espacio de no mas de cuatro segundos. Los discípulos miran en silencio como todos los proyectiles golpean el blanco en el centro.
  -Hay dos tipos de fuerza -dice Shun-. La fuerza exterior es obvia. Todo el mundo la tiene en diversos grados. Pero el disfrutar con la fuerza exterior propia es cosa de tontos.
  Caine asiente. Comprende lo que Shun está diciendo. Además, se ha dado cuenta en sus propias meditaciones, viendo el lento declinar de su cuerpo, que la vida contiene su propia corrupción, su muerte y que todos nos aproximamos a ésta, a ritmos distintos. Ya no piensa en ser inmortal.
  -De verdaderos tontos -prosigue Shun-, porque la fuerza exterior se desvanece con la edad, sucumbe ante la enfermedad, es envuelta al fin por las alas de la muerte. Pero hay algo más, una cualidad que puede ser controlada y que está dentro de nuestras posibilidades, mientras que la fuerza exterior no. Y ésta es la fuerza interior, lo que llamamos el ki.
  Lentamente, Wong sale de su meditación, hace una reverencia a los discípulos, recoge las estrellas dispersas, las coloca en una bolsa y sale de la habitación. Esto es tradicional en todos los maestros: los instrumentos que necesitan para demostrar su camino no son preparados para ellos, ni recogidos cuando se han ido. En cuanto a los discípulos, los novicios, los aprendices, todos ellos deben cuidar de sus propios enseres, ser totalmente responsables de los mismos. Llegados a la puerta, saluda de nuevo ceremoniosamente, y se va.
   -Todo el mundo posee la fuerza interna -dice Shun, resumiendo-. Esta cualidad está al alcance de todos desde los mejores hasta los mas ínfimos. Pero es infinitamente mas difícil de desarrollar porque es escurridiza, porque actúa en formas contrarias a lo que parece hacer la fuerza. No fue su potencia lo que le permitió a Wong alcanzar el blanco, sino su habilidad. Y  esta habilidad se obtiene con una búsqueda interior.
  Hay otras lecciones, otras habilidades que adquirir. Un día, el maestro Kan lo lleva solo a un estrecho pasillo del templo. Contempla, asombrado, como el maestro Yuen desenrolla una larga alfombra de papel de arroz ante él. Caine mira el delicado papel sin marcas, y mientras el maestro Yuen se hace a un lado, Kan le explica:
  -El templo es atemporal, pero debe formar parte del mundo que lo rodea - le dice Kan-, y hay momentos en los que es necesario que nuestra idas y venidas no sean conocidas por aquellos que creen tener la autoridad. Afortunadamente, todos los regímenes pasan o pasarán, mientras que el templo es eterno.
  -Nuestros antepasados nos dicen - prosigue Kan- que hubo tiempos de grandes dificultades  y tensiones en los que este corredor fue utilizado como un medio de escapar de aquellos que deseaban oprimirnos. Con el fin de que la huída tuviera éxito, tenía que ser realizada con el mayor secreto, para que aquellos que escuchaban tras las paredes del templo, o estaban apostados para iniciar una posible persecución, no oyesen nada. Consecuentemente, los antiguos nos han legado este papel de arroz como un medio de prepararnos para la posibilidad de un ataque por parte de nuestros enemigos en algún momento futuro... Pues sabemos por los ancianos que la vida es una gran rueda, y que todo lo que ha sucedido volverá a suceder algún día.
  -Sí -dice Caine, pero realmente no comprende, y tras un momento le abandona la necesidad de simular y dice: -Pero realmente no lo comprendo, maestro. Dime lo que significa el papel de arroz.
  Kan sonríe como complacido por el hecho de que Caine haya podido admitir su falta de comprensión. Un Caine más joven, el Caine de hace algunas semanas o minutos, quizá no lo hubiera hecho.
  -Significa esto -dice con suavidad Kan-. Cuando puedas caminar sobre ese papel de arroz, arriba y abajo, recorriendo todo el pasillo y volviendo sin producir alteración alguna en el papel... entonces, tus pasos no serán oídos.
  Caine mira.
  -Es imposible exclama-. La misma huella de los pasos...
  -Observa -dice Kan, y quitándose las sandalias de madera, pisa el papel de arroz. Camina apartándose de Caine, en dirección al otro extremo del pasillo. Regresa de nuevo hacia Caine. Llega junto a él y se coloca las sandalias.
  No hay ni una sola señal en el papel de arroz.
  -Algún día -dice Kan-, tú también harás esto.
  Caine agita la cabeza.

  Está  en pie en el patio, en un día frío mientras algunos rayos de luz aparecen de vez en cuando entre las nubes, y escucha al maestro Teh. De todos los maestros, Teh es el mas accesible. Si Po es el mas amable, Kan el más digno y sabio, Shun el mas pedante
... entonces Teh es aquel con quien los discípulos piensan que podrían reunirse para hablar como iguales, si se lo permitiese el protocolo del templo. Lo que es más, hay veces en que Teh parece lamentar que  esto no sea posible.
  -Apercibíos -dice Teh- del camino de la naturaleza y de cómo ninguna fuerza del mismo hombre puede haceros daño.
  Se quita con mucho cuidado su ropa, dejándola a un lado, colgada de la pared. Vestido sólo con un taparrabos, hace un gesto a Lin Wu, el discípulo que está delante de Caine.
  -Ven -le dice al discípulo-. Atácame.
  A diferencia de hace unos meses, el chico sabe lo que ha de hacer. Carga hacia Teh a toda velocidad. Teh tiende una mano, sin dejar de hablar.
  _Uno no se enfrenta de cara a una ola -dice Teh-. Simplemente la evita.
  En el momento del contacto, Teh se echa a un lado grácilmente, se vuelve para tomar a Lin Wu por el hueco de la clavícula, y entonces utilizando la misma fuerza de la carrera del muchacho, hace un gesto con la muñeca y envía al discípulo por el aire. Cae a muchos metros de distancia, sin sufrir daño pero jadeando, y luego se vuelve para escuchar con los demás a Teh, quien continúa hablando como si nada hubiera sucedido...  lo cual, después de todo, piensa Caine, es realmente lo que importa, según el aikido que Teh está enseñando a todos sus discípulos.
  -No tenéis que detener una fuerza -dice Teh-. En lugar de eso....
  Hace una pausa, y con un gesto a Caine le indica que es el siguiente. Caine, sin dudarlo, corre a toda velocidad hacia Teh.
  Ante él, en un movimiento cegador, Teh se echa a un lado, barre el aire con un brazo y Caine se siente catapultado. Un instante de terror, y luego se encuentra yaciendo junto a Lin Wu, sin sentir la menor sensación de dolor. Teh no sólo ha bloqueado su avance, sino que ha preparado la línea de caída más segura.
  -Hay muchas formas de poder esquivar las acciones físicas de los hombres -dice Teh, y entonces hace un gesto hacia el resto de los discípulos, en grupo.
  Uno a uno, y al fin los dos últimos juntos, corren hacia él. Como un hombre que se estira un poco para tomar hojas de un árbol alto, Teh gira sobre las puntas de sus pies, tiende los brazos sobre su cabeza y envía volando a sus discípulos. Todos ellos caen a pocos pasos de Caine, pero ninguno de ellos encima de otro.
  -Así que -dice Teh, casi con un aire de satisfacción. Su habilidad le ha complacido; no puede, como el resto de los maestros, negar por completo la alegría que le proporciona su propia habilidad...  una evidencia de humanidad que a Caine le emociona y que, sospecha, también le sucede al maestro Kan-, uno puede aprender esto. Es algo simple, una vez se localiza, se protege y se cuida el ki . Pero hay otras lecciones que también deben ser aprendidas y que son mucho más difíciles y mucho más importantes que ésta. Y éstas son las lecciones.
  Teh continúa, con su voz cayendo en los ritmos de la letanía, con los ojos entrecerrados:
  -Aprended los caminos de conservar, en lugar de los de destruir, evitad en lugar de contener, contened en lugar de dañar. Dañad en lugar de mutilar y mutilad en lugar de matar.... pues toda vida es preciosa y ninguna vida, ni siquiera la de la criatura más insignificante, puede ser reemplazada.
  Caine escucha, tal como ha escuchado antes, y, cuando ha encerrado las palabras en su corazón, dice:
  -Maestro, entonces, ¿cuál es la mejor forma en que enfrentarse con la fuerza?
  Teh se inclina, mostrando su aprecio ante la pregunta.
  -Dado que apreciamos la paz y la tranquilidad más que la victoria -dice-, hay un método simple que debe ser preferido para enfrentarse con todas las formas de fuerza que sean utilizadas contra nosotros.
  -¿Y cuál es ese método, señor? -pregunta otro discípulo.
  -Escapar a la carrera -dice con gran seriedad el maestro Teh.


  Con Po, Caine practica la lucha con palos, el bo-jutso , intrincado y estilizado pero obviamente mortífero y utilizable en el combate. Caine mantiene el pulimentado bastón de un metro de largo en su mano derecha, buscando alguna apertura en la defensa de Po, pero el viejo ciego no es vulnerable: Caine no puede penetrar sus defensas. Golpea una y otra vez, más y más de prisa, utilizando su propio ki, que está en desarrollo, buscando el punto débil: pero el viejo sabe demasiado bien como defenderse. Al fin, exhausto, Caine reduce sus esfuerzos, golpea locamente por la frustración.... y el palo de Po atraviesa limpiamente su defensa, golpeándole con suavidad en la barbilla. Caine grita airado, y entonces, cuando Po comienza a sonreír, se da cuenta que no puede mantener su ira....ni contra sí mismo ni contra aquel anciano; y por consiguiente, se echa a reír. Po ríe con él, un sonido cálido y rico que podría ser, piensa Caine, el de un padre que ríe con su hijo, más que el de un maestro con su discípulo, y entonces, Po echa a un lado su palo. Hace un gesto para que Caine le toque con el suyo y termine así la competición. Caine lo hace, golpeando suavemente al viejo en las costillas y luego echa a un lado su propio palo. Ahora el brazo de Po está en su hombro y están caminando a través del jardín, el oculto y elaborado jardín del monasterio en el que florecen rosas de todos los colores, pero sólo para los ojos de los maestros y los discípulos. Recorren un corto sendero y luego se quedan frente a un parterre de rosas amarillas a las que da el sol.
  -No te preocupes por el bo-jutso - dice Po-. Quien está ciego desarrolla unas grandes habilidades de defensa. Podrías  derrotar a un discípulo ordinario en esta disciplina: quizá podrías derrotar a uno o dos de los maestros. Pero, sobre todo, que no me oigan decir esto.
  -Es usted demasiado amable, maestro -le dice Caine.
  -No soy demasiado amable.  Me doy cuenta de tus adelantos. Eres un verdadero discípulo, Caine. Has llegado ya cerca de ser un maestro. Debes saber -dice Po, e inclinándose toma una flor, la olisquea, y luego la mantiene en su mano-, que tu estancia en este lugar no durará mucho más. Ya casi lo has logrado.
  -He aprendido muchas cosas, anciano.
  -Has aprendido disciplina, y adquirido muchas habilidades nuevas. No obstante, no olvides nunca que la vida de un sacerdote es simple...  y debe permanecer libre de toda ambición.
  -¿No tiene usted ambición, maestro Po? -pregunta Caine.
  Jamás le ha hecho una pregunta tan personal a un maestro, pero no se siente azorado ni a Po parece molestarle la pregunta. La considera durante algún tiempo,  dando vueltas a la flor entre sus dedos, mientras sus ojos ciegos se vuelven más hacia el interior que nunca.
  -Sólo una -dice.
  -¿Y cuál es, anciano?
  -Dentro de cinco años - dice lentamente Po-, es mi deseo el efectuar un peregrinaje a la Ciudad Prohibida. Ese es un lugar en el que ni siquiera los sacerdotes son objeto de consideración especial, y por eso se la conoce con el nombre de la Ciudad Prohibida... y allí, en el Templo del Cielo, habrá un festival. El festival será llamado de la Luna Llena de Mayo.
  -¿Y cuándo será eso?
  -Será en el treceavo día del quinto mes del año del Perro -dice Po, en voz baja. Tira suavemente la flor al suelo, cruza los brazos tras él-. Y si estoy vivo dentro de esos cinco años, me gustaría mucho estar allí.
  -Esa no es una ambición muy grande -dice Caine con una sonrisa-. No creo que fueras juzgado demasiado duramente por los maestros o por los ancianos.
  -Ah -dice Po con un pequeño suspiro-. Pero, de todos modos, es una ambición.
  -Así es.
  -¿Pero, quién entre nosotros está totalmente desprovisto de alguna tara? Dice Po, y coloca de nuevo su mano sobre el hombro de Caine. La deja allí. Caminan juntos a través del jardín, durante horas, pero no hay sensación del paso del tiempo. Sólo la diferente luminosidad sobre el jardín indica que ha llegado el momento para las meditaciones privadas.



  Caine hace la prueba del papel de arroz una vez más. Ha pasado todas las pruebas para llegar a ser maestro, excepto aquélla. También se da cuenta, como es natural en uno que está a punto de llegar a ser un maestro, que no existe tal cosa; que sólo hay diversos grados de discípulos. Incluso el maestro Kan no es más que un novicio, en el templo; ni una vida, ni diez, pueden abarcar la sabiduría de los antiguos. Sin embargo, Caine ha llegado virtualmente a un estado de cumplimiento en todos los niveles que han promulgado los maestros del templo. Sólo queda el papel de arroz.
  Lo ha intentado varias veces;  recientemente, hace tan sólo unos días. En esta ocasión lo hizo mucho mejor que nunca, pero de todos modos, cuando había completado su precario viaje corredor abajo, habían aparecido delicadas improntas de sus pies sobre el papel, sólo la sugerencia de una silueta de dedos y talón, que revelaban el camino de su huída. Si marcaba el papel de arroz, no habría para él una escapatoria segura del o hacia el templo, y uno que no podía realizar con seguridad ese camino no podía ser un maestro. Así que Caine lo intenta de nuevo, despojándose de sus vestiduras tal como lo haría Teh para demostrar el aikido , preparándose para el paso por el corredor.
  Al primer toque de sus dedos sobre el papel, lo comprende todo. Entiende por qué no ha podido atravesar el papel antes y por qué esta vez no tendrá dificultad alguna. El papel es, simplemente, un reflejo de la cantidad de ki que hay en el interior del caminante en el momento de su travesía. Si el ki es fuerte, entonces el espíritu se elevará; literalmente, el caminante perderá el contacto con la transparencia del papel de arroz, se fundirá, mediante el ki, a las piedras de abajo. Entonces, no estará caminando sobre papel, sino sobre piedras, con su cuerpo en paz y en consonancia con aquella pequeña interposición de papel. Claro está. Caine sonríe. Debería haber comprendido todo aquello antes. Pero ahora lo ve.
  Rápida, cuidadosamente, se traslada pasillo abajo. Es tal como lo ha hecho tantas veces en sus sueños, con sus pies no entrando en contacto con el papel de arroz sino deslizándose por él. La diferencia es que, en sus sueños, caminaba sobre el papel, pero ahora ve que debe hacer que sus pisadas  pasen a través de él. Con rapidez, con las   plantas sobre la piedra, hace su camino a lo largo del corredor y, al fin, llega a su extremidad.       
  Dándose la vuelta, contempla la inmaculada tira de papel. Ni un rasguño, ni siquiera una arruga... una débil sonrisa se dibuja en su rostro, y se aparta, yendo hacia el altar para meditar.
  Arrodillándose ante el altar, Caine se siente repleto de una profunda alegría. El templo, que lo aceptó cuando era un asustado niño de trece años, lo ha protegido, le ha enseñado, ha sido para él padre y madre durante todo ese tiempo. Y, si las lecciones han sido a menudo duras, entonces el superar las pruebas ha sido más satisfactorio.
  Por un momento piensa en sus padres, cuyas tempranas muertes lo han dejado solo con lejanas y aisladas memorias de una mujer suave, de voz dulce, cuya túnica crujía cuando se movía, y de un hombre alto, que en el recuerdo de Caine parece un gigante, con una tremenda carcajada de gigante. ¿Qué pensaría de él ahora, un hombre ya adulto que pronto sería un sacerdote shaolín? Debían de haber tenido planes para él. Si se hubieran quedado en Estados Unidos, el país de su padre, ¿cómo hubiera sido su vida allí?
  Caine sabe algo acerca de los Estados Unidos. Sus yacimientos de oro del Oeste han atraído a miles de chinos que esperaban volver ricos a su país. Sin embargo, los barcos que los llevan a América no han devuelto a demasiados que hayan hecho fortuna. En lugar de eso, sus bodegas contienen muy a menudo los féretros de aquéllos cuyo último deseo ha sido ser enterrados en su tierra nativa. Aunque no desean asentarse en la nueva tierra virgen, aprovechan la oportunidad de mejorar su suerte. Según sabe Caine, San Francisco tiene ya una considerable población china.
  ¿Qué tipo de persona hubiera sido, si hubiera crecido en América? ¿Un occidental? ¿O habría aprendido de una madre nostálgica a sentir añoranza por la culta y antigua civilización de la que ella provenía?
  La vida de un hombre está escrita antes de su nacimiento, y tales preguntas no tienen respuesta. Caine, aún arrodillado frente al altar, vacía su mente para la meditación.
  Dándose cuenta de que alguien ha entrado tras él, se vuelve. Es el maestro Kan; Caine se alza y va hacia él . Silenciosamente, Kan abre su mano y muestra a Caine el guijarro que hay en ella. El maestro que parece no tener edad alguna y el joven discípulo se miran a los ojos por un momento: en ellos ven afecto, orgullo y una especie de pena.
  Aquella es la última de las pruebas.
  Con un gesto tan rápido que casi es imperceptible, la mano de Caine se mueve hacia la de Kan.
  El guijarro se acomoda en su palma como si siempre hubiera estado allí. Lo aferra como aferraría su otra mano. Lo lleva a su costado y luego sube esa mano cerrada contra sus vestiduras.
  Kan abre su mano vacía.
  Los dos miran esa palma a la parpadeante luz del incienso. Caine sabe lo que Kan está a punto de decir, pero el conocimiento es menos anticipación que dolor. Y, a pesar de eso, también puede superarlo, pues, si rechaza lo que oirá ahora, entonces todo lo que ha sucedido hasta el momento no tendrá objetivo, estará equivocado.... y no puede hacer una burla de todo lo que ha aprendido. Aquel conocimiento que llena su interior le da una grave y solemne alegría.
  -Es ya hora de que te vayas - le dice Kan.
  Con lentitud, una reja sube hacia el techo. Se oye un clang cuando su desaparición es total, y entonces Caine contempla el pasadizo que se abre más allá. Es un corredor que jamás ha visto antes, y es como mirar al futuro, envuelto en neblinas.
  Con la cabeza baja, se adelanta entre las enormes estatuas que se alinean a lo largo del pasillo. Esto es el fin, y el principio. A esto es a lo que está dirigiéndose su vida, para esto es para lo que ha trabajado... Pero no siente alegría, sólo la enorme pena de irse, y una especie de temor. ¿Será lo bastante digno como para ser sacerdote?, se pregunta.
  Se detiene a la entrada del túnel. Alineados a cada lado están sus profesores, los seis maestros con los que ha estado tanto tiempo. Se han  arremangado las mangas de sus vestiduras; tienden los brazos para mostrar las marcas. En cada antebrazo derecho se ve el signo del tigre, en cada uno de los izquierdos, el signo del dragón está marcado a fuego en la piel.
  Caine mira hacia ellos y más allá, al extremo del túnel, donde un gran jarrón repleto de carbones encendidos, que brillaba por el calor, bloquea el paso. En su lado derecho tiene el relieve de un tigre, en el izquierdo el de un dragón.
  Bajando los brazos, los maestros se vuelven para dar la cara a Caine. Sabiendo que ya es la hora, que debe dejarlos y tomar su lugar en el mundo exterior, se inclina profundamente ante ellos. En silencio, le devuelven el saludo, y luego se dan la vuelta, para irse.
  El maestro ciego, Po, es el último en irse, y, en un arrebato de amor, Caine le dice:
  -Adiós, anciano maestro.
  Po hace una pausa.
  -¿Qué es lo que oyes? - pregunta con suavidad.
  Parece que hace muy poco tiempo que Po le hizo por primera vez esa pregunta.
  -Oigo el saltamontes - le contesta Caine, y es recompensado por la sonrisa de Po. Luego, también éste se marcha.
  Caine lo contempla durante un instante, y ve como sigue a los otros maestros a lo largo del pasillo flanqueado de estatuas, hasta la puerta con la reja. Mientras ésta cae tras los maestros, Caine aparta la vista y la dirige a la otra salida del túnel... la puerta que está bloqueada por el jarrón brillante.
  Esta  es la última tarea, la última prueba. No puede seguir a los maestros de regreso al templo...  mientras camina hacia el jarrón, el dragón y el tigre parecen brillar con más fuerza. Se detiene frente a ella y alza sus brazos. Las anchas mangas caen hacia atrás revelando su piel sin marca alguna. Asentando sus pies, Caine hace acopio de todas sus fuerzas y aprieta sus brazos contra el dragón y el tigre, que están al rojo vivo. El dolor del contacto le atraviesa. Puede oler a carne quemada mientras se esfuerza y alza el jarrón. Necesita toda su fuerza para moverlo hacia la habitación. Cuando la deja en el suelo, se abre la puerta, permitiendo que entre un cegador haz de luz. Caine se vuelve hacia la puerta con los brazos en alto. En ellos tiene marcados a fuego el tigre y el dragón. Tras la puerta el sol brilla sobre la nieve limpia y sin marcas. La atraviesa, y luego se deja caer de bruces sobre la nieve, mientras el frío penetra en el dolor de la quemadura, borrándolo.
  Tras unos momentos, se alza y camina, dejando atrás su vida en el monasterio.

  Ahora Caine podía oír a la serpiente y a la garza real.


  Recordaba un día de su niñez, cuando el maestro Kan le estaba instruyendo.


  Se hallaban en una parte del templo que estaba llena de maravillosas porcelanas y jades: grandes urnas, perros, elefantes, monos. Hizo la pregunta que le había estado preocupando:
  -¿No se siente nunca solo aquí,  Maestro?
  El Maestro Kan sonrió y le preguntó a su vez:
  -¿Sientes soledad?
  -No. Ya no. Pero no comprendo el motivo; ya que no tengo la experiencia de tantas cosas que otros hombres desean, no lo comprendo.
  -¿Recuerdas el día en que llegaste por primera vez aquí?
  Kwai Chang Caine lo recordaba. Los otros aspirantes y él permanecieron frente a la puerta, observados en secreto, durante mucho días. El sol los quemaba, la lluvia los calaba. Algunos se aburrieron y se fueron. Otros se dedicaron a jugar y a hacer ruidos y fueron despedidos. Al fin quedaron sólo dos que atravesaron la puerta...  y uno fue devuelto al mundo para que probase de nuevo. Sólo quedó Kwan Chang Caine de todos los aspirantes. Y había deseado tanto entrar en la orden....
  -Mis padres estaban muertos -le recordó al Maestro Kan-. Estaba solo.
  -¿Por eso esperaste tanto tiempo, con tanta paciencia, a unirte a nosotros?
  -Sí, así fue.
  También nosotros estábamos solos.
  -Pero ustedes vivían aquí juntos.
  -El hombre, como los animales, debe vivir junto a otros similares a él mismo. Pero el significado de pertenecer a un grupo así sólo se halla en la comodidad del silencio y en la compañía de la soledad.
  La lección era difícil. Kwai Chang Caine trató de asimilar lo que quería decir el Maestro Kan.
  -¿Quiere usted decirme que un hombre está siempre solo?
  -Siempre. Y, habiendo descubierto su eterna soledad y la de los demás, debe aceptarla. Debe aceptarla tal como acepta la vida y la muerte. Lo que es, es. Y, habiendo aceptado la vida y la muerte y la soledad, un hombre puede al fin descubrir la verdadera hermandad
  -Pero, ¿qué hay de ésos que deben abandonar el monasterio? ¿Qué hay de ésos que tienen que perder nuestra compañía?
  Kwai Chang Caine -dijo el Maestro Kan, con algo de exasperación-. ¿Acaso crees que la lección sólo es válida para el interior de las paredes de nuestro monasterio?
  Yo sólo sé que aquí he encontrado un hogar...
  -Hijo mío, eres como un vario que se oculta en un charco de agua, sin darse cuenta que tiene todos los mares del mundo para disfrutar de ellos. Aún no has aprendido que no hay ningún lugar al que llamar hogar, ni siquiera este monasterio, y si ningún lugar es tu hogar, entonces lo es todo el universo. ¡No te aferres a ningún sitio, pequeño vario! ¡Acepta lo que es tuyo...  el mundo entero!
 

  Al fin la lección había sido aprendida. Pero Caine no había olvidado las dolorosas sensaciones de soledad, y a veces sentía una profunda y amarga nostalgia por China, por su monasterio Shaolín, por los maestros Kan y Ling y por el difunto Maestro Po. No era bueno abandonar totalmente las emociones normales de los seres humanos. Aquello llevaba a un falso tao,  a la dureza y a la crueldad.



                                       

                                                                 1 3

EL TRECEAVO DIA DEL QUINTO MES DEL AÑO DEL PERRO

  Caine está en un camino. El camino está repleto de peregrinos y campesinos, nobles y plebeyos, todos ellos caminando hacia un destino que sólo algunos conocen. Otros han sido atraídos por el tumulto. Caine camina con lentitud, tanto dentro como fuera de la muchedumbre, notando la tierra firme bajo sus pies, sintiendo placer por el viento que fluye entre sus dedos. Es el treceavo día del quinto mes del año del Perro y está de camino hacia la Ciudad Prohibida.
  Como sabía que iba a suceder, ve una figura. La figura camina sola en curioso y digno aislamiento, en el centro de la carretera, ya que a su derecha e izquierda la gente guarda las distancias, como si temiese tocarla. Esto es lo que siempre sucede, piensa Caine, con los ciegos, que tienen otro impedimento físico: una reluctancia a acercarse demasiado, un deseo de guardar las distancias como protección... pero, piensa Caine, y luego sonríe, no necesitaría ver este aislamiento para saber quién es aquella persona. Apresura el paso un poco. Desde la distancia, llegan pequeñas nubes de polvo, un carruaje se acerca en dirección opuesta. Debe de ser un miembro de la Casa Imperial. Sólo alguien de la Casa Imperial viajaría en un vehículo cuando el propósito del peregrinaje es caminar. No obstante, aquello no le preocupa. Caine lo sabe. Ha recorrido el país. El peregrinaje es un asunto privado y, si un miembro de la Casa Imperial cree que no debe usar sus pies para realizarlo, ¿quién es él, un simple sacerdote, para enjuiciarlo? Uno debe aprender a comprender todas las cosas, todas las actitudes, la completa gama del comportamiento y las respuestas humanas. Caine ha aprendido todo esto y mucho más durante sus años por el país.
  Se acerca a la figura con lentitud, no deseando llegar bruscamente junto al anciano para no sobresaltarlo; pero antes que haya recorrido metro y medio, el maestro Po se ha vuelto y le está mirando directamente con sus ojos ciegos. Po no ha envejecido en todos aquellos años. En algún momento temprano de su vida debió llegar a viejo y se ha congelado en esa edad, en la serenidad. Caine se da cuenta que se siente extrañamente conmovido al ver de nuevo al anciano. Las reglas del templo son estrictas... los sacerdotes no deben verse unos a otros ni tener otros contactos que no sean los casuales, tras su tiempo de entrenamiento, y ésta es una regla muy sabia. Lo sabe. Su amor por el Maestro Po  podría haberle apartado de su misión.
  Caine sonríe de modo apreciativo.
  El viejo se detiene, alza una mano.
  -Saltamontes -dice-, ¿creías poderme engañar?
  El viejo se da la vuelta, y comienza de nuevo a caminar. Caine iguala con facilidad su paso. Ahora llaman algo la atención aquellos dos sacerdotes, con vestiduras eremoniales, caminando juntos por el camino. Caine se fija en que algunos de los peregrinos los señalan. Es como si la presencia de no un solo sacerdote, sino de dos, diera verdadera importancia a su peregrinaje. Caine sonríe para si mismo y agita la cabeza, pensando en la tristeza de la gente a la cual lo desconocido y lo invisible debe serle presentado de forma real, pues sólo así pueden responder ante ello. No obstante, para eso es para lo que están los sacerdotes, para servir de nexo de unión entre lo sagrado y lo real.
  -Se hubiera necesitado algo mas que años para que me olvidase de los pasos de mi discípulo favorito -dice Po.
  -¿Cómo te han ido las cosas anciano? -pregunta Caine.
  Se da cuenta que, ahora, el carruaje se halla mucho mas cerca. Probablemente se encontrarán con él en un punto algo más abajo, cerca del pequeño  puentecillo. El polvo que está levantando es excesivo y Caine piensa que incluso un miembro de la Casa Imperial debería haber mostrado más respeto por la multitud de peregrinos. De repente, se siente contento por el hecho de que Po no pueda verlo; sólo serviría para entristecer al anciano. Caine sospecha que el vehículo de la Casa Imperial, que se aleja de la Ciudad Prohibida, lleva a alguien que ni siquiera se da cuenta del significado de aquella fecha. Tristeza, tristeza.
  -Estoy bien - le está diciendo Po-. Nada cambia. Llegan nuevos discípulos, se van los antiguos, los maestros continúan inalterables. El templo es atemporal.
  -Ahora ya lo sé - dice Caine, pensando en el papel de arroz.
  -¿Y que tal te han ido a ti las cosas?
  -Los años han sido buenos -dice Caine-. Todos ellos tranquilos  y mesurados, fluyendo lentamente como el agua y sucediéndose el uno al otro. Anciano, no hay años, son sólo muchos momentos yuxtapuestos.
  Po sonríe de nuevo.
  -Has aprendido mucho -dice-. Pero dime, ¿qué es lo que te lleva por este camino que va hacia el Templo del Cielo?
  Caine ha esperado durante años a que llegase este momento.
  -He venido a celebrar el logro de su ambición -dice-. La luna llena de mayo, el treceavo día del quinto mes del Perro.
  Po se detiene con la boca abierta, moviendo los ojos ciegos y luego agita la cabeza.
  -Te acordaste -dice.
  -Naturalmente que me acordé.
 -Estoy muy conmovido -afirma Po-, realmente estoy muy conmovido.
  Caine coloca una mano en el hombro del viejo, para que comiencen a caminar de nuevo, pero el carruaje que había visto está acabando de cruzar el puentecillo y a punto de llegar junto a ellos, por el centro del camino. A derecha e izquierda del vehículo las gentes se han dispersado con expresiones de asombro y miedo: los guardias imperiales, con uniforme de gran gala, cinco o seis de ellos, los han echado
A un lado con gran brutalidad. Dentro del vehículo hay un joven al que Caine le calcula unos veinte años, y que tiene una expresión petulante y de niño malcriado, y usa los ropajes recargados de la Casa Imperial. El emperador no tiene hijos, así que éste debe ser su sobrino, el tercero en la línea de sucesión al trono. Sí. Eso es. Caine se alza de hombros. El templo y el régimen no tienen nada que ver el uno con el otro.... los guardas están gritando a la multitud, para que se aparte.
  -¡Salid del camino! -dice el más cercano, un hombre amenazador de rostro retorcido-                  ¡Abrid paso enseguida!
   Colocándose entre el maestro Po y Caine, el guarda da un terrible codazo al sacerdote ciego. Reaccionando de modo instintivo, Po se mueve con rapidez... y, de pronto, el guarda yace en el suelo.
  El cortejo real se detiene. Anonadado, otro de los guardias pregunta:
  -Os atrevéis a tocar a un miembro de la escolta de la Casa Imperial?
  Caine sólo puede escuchar: el cuerpo de Po, situado ante él, bloquea cualquier intento de alcanzar al guarda a través del razonamiento o las acciones.
  Po hace una reverencia.
  -Mis humildes excusas -dice en voz baja-. No quería hacer daño a nadie. Como pueden ver, soy ciego.
  El sobrino atisba desde el carruaje: sus ojos pasan de Caine a Po. Caine tiene la impresión de que, por alguna razón, el muchacho está asustado. Los guardas de la Casa Imperial no deben ser tocados.
  -¿Quién eres? -le dice el guarda a Po-. ¿De dónde eres?
  -Soy Po. Un humilde sacerdote de la provincia de Hunan.
  Los ojos de Po están clavados en el suelo. Caine siente un escalofrío. Sería bastante horrible el solo pensar que Po estaba temeroso... Pero el anciano ciego no tiene medo alguno. Más bien se halla invadido por alguna otra cosa, algo mucho más horrible... y, en aquel momento y con una sensación de comprensión nunca jamás igualada, Caine se da cuenta de lo que va a suceder y el resto de su vida se desarrolla frente a él.
  -¿Y tú quién eres? - le pregunta el guarda a Caine.
  La visión no quiere abandonarle, pero es capaz de apartarla de un profundo rincón de su conciencia.
  -Soy Kwai Chang  -dice en voz baja, esperando tranquilizar al muchacho, aunque sabe que el sobrino del emperador sólo puede pasar de la rabia a la ira, de la amenaza a una amenaza mayor, ardiendo en el rescoldo que es él mismo-. También soy un sacerdote de la provincia de Hunan, y este anciano ciego es mi amigo y maestro.
  El guarda alza la vista hacia el sobrino del emperador, en busca de guía: el sobrino asiente. Sin expresión alguna, el guarda alza su mano y da un bofeón de tremenda fuerza al rostro de Po.
  El sobrino se ha inclinado completamente fuera del carruaje y mira a Po inexpresivamente.
  -Eso ha sido por tu estupidez -dice-. Y ahora recibirás otro por las molestias que has causado.
  De nuevo hace un gesto al guarda.
  El guarda alza la mano para golpear a Po en el mismo lugar. Po parece acurrucarse en el interior de sí mismo para un momento de contemplación, y entonces, cuando su agresor baja la mano, tiende la suya, aferra con facilidad la muñeca del guarda y la mantiene asida, apretando su pulgar contra un punto de presión. Dolorido, el guarda cae de rodillas, mantenido inmóvil por la fuerza del viejo maestro.
  -Ni siquiera un miembro de la Casa Imperial debería castigar dos veces por la misma ofensa a un viejo ciego -dice en voz baja Po.
  Entonces, parece estar a punto de soltar al guarda y Caine, con sus brazos extendidos, está a punto de soltar al guarda y Caine, con sus brazos extendidos, está dispuesto a arrastrar de allí a Po, por la fuerza si es necesario, excusarse, y tener después sus explicaciones con el viejo; pero ya es demasiado tarde: quizá siempre lo fue. El sobrino, totalmente fuera de sí, llevado por la ira, hace un gesto al guarda que está al lado del aprisionado: este guarda pone en posición su lanza y avanza hacia Po. Con un hábil movimiento, Po aparta el arma con su bastón; luego, con su pie, lanza al guarda en un salto mortal contra el polvo.
  Jamás antes había sucedido nada parecido. El sobrino del emperador....mete una mano entre sus ropajes y saca una pequeña y adornada pistola.
  Caine sabe lo que va a suceder ahora. Siempre lo ha sabido. No podría haber pasado de otro modo. Pero aún está luchando, aún está tratando de impedir lo que ya está escrito cuando el sobrino dispara la pistola a bocajarro contra el pecho de Po.
  El cuerpo de Po se estremece y cae hacia atrás, chocando con Caine. Lanza un débil gemido de dolor y luego, con sus manos aleteando en el aire suelta al guarda, se derrumba sobre Caine, descansa en sus brazos por un instante y luego, con un suspiro, se desploma al suelo.
  Caine sólo tiene un instante para pensar antes de hacer lo que hace a continuación, pero ese instante es lo bastante largo. ¿Acaso no aprendió eso en el templo? : que el tiempo es una función del estado de la mente; que puede ser doblado y desdoblado, a voluntad, como una tienda. Así que piensa y, al hacerlo, ve ante él toda su vida, tal como será si hace lo que está a punto de hacer. Puede ver no sólo las líneas generales y los acontecimientos, sino todos los lugares oscuros y las noches ilimitadas durante las cuales volverá a pensar una y otra vez en esto, preguntándose si podría haber hecho alguna otra cosa. Durante los años, regresará y volverá a regresar a este momento de elección, momento que le dará zarpazos como un tigre, y en ese instante, detenido el tiempo, se da cuenta que nunca pudo ser de otro modo. Siempre tendrá que ser de esta manera. Ha sido guiado hasta esto desde el tiempo, hace tantos años, en que se encontró de pie frente al gran templo. La vida de un hombre, piensa, no es elección, sino recuerdo. Eso es todo.
  Alzándose en pie con rapidez, Caine lanza a un lado al primer guarda. Otro rápido golpe elimina al segundo, y Caine tiene la lanza que llevaba éste. Partiéndola en dos, mira a su alrededor, buscando al sobrino del emperador.
  Por un instante sólo puede ver el carruaje. El sobrino está oculto tras el respaldo de seda de su silla, tratando de volver a cargar, apresuradamente su pistola con pólvora negra y fulminante... Pero sus pies, visibles bajo el sillón, lo traicionan. Caine arroja la media lanza a través de la seda de la silla y lo atraviesa.
  -¡Llamad a la guardia! -grita histéricamente un espectador-. ¡Acaban de matar a un miembro de la Casa Imperial!
  Ahora, Caine no presta atención a la multitud. Las gentes se han echado atrás, están fuera del camino; quizá haya centenares. Han visto todo lo que sucedía, y seguramente varios de ellos deben estar llevando ya la noticia a la Casa Imperial... Pero hay tiempo, hay tiempo suficiente, no importa. El sobrino del emperador está muerto...pero Po, como ve al inclinarse sobre el viejo, aún sigue con vida. Se agita en el suelo. Caine se arrodilla y toma al anciano entre sus brazos. En vida era ligero, muriendo aún lo es más, ya que su cuerpo no tiene más sustancias que si fuera cenizas. Respira entrecortadamente, y la sangre cubre su pecho. Sus ojos ciegos parpadean.
  -¿Lo has matado? -pregunta.
  -Sí -responde Caine. Ya siente la revulsión que lo acompañará durante el resto de su vida-. Lo he matado.
  -Ah.
  -Después de todo lo que me has enseñado -dice Caine-, me he deshonrado a mí mismo y a tus enseñanzas.
  -No -dice débilmente Po-. No debes sentirte así. Será otro el que tenga que hacer ese juicio. Pero a veces uno tiene que cortar un dedo para salvar una mano.
  Caine se arrodilla más cerca del viejo. Ahora se da cuenta del ruido que hay en el camino, el calor y las carreras, y los gritos ininteligibles. Ha corrido la voz. Sólo pasarán unos pocos momentos hasta que llegue más gente, y sabe que a todos no los va a poder vencer. Ni siquiera está seguro de si quiere hacerlo. Por el momento, hay tiempo suficiente.
  Po parece captar sus pensamientos:
  -Debes salvarte -dice-. Tienes que vivir y seguir tu camino. Lo que cuenta son las enseñanzas, y tu eres su materialización.
  -Sí, anciano -le contesta.
  -Pondrán precio a tu cabeza. No habrá sitio alguno en que te puedas ocultar. Debes abandonar el país.
  Caine agita la cabeza. Sostiene al viejo. En aquel momento no puede pensar en irse o no irse del país. No puede pensar en nada. Se da cuenta que Po está a punto de morir y no puede imaginar un mundo sin el viejo. Incluso en los años de su separación... sabía que Po estaba con vida, y este conocimiento, como muchas otras cosas, servía para dar cohesión a su propia vida. Ahora que se da cuenta de esto, la despedida será insoportable. No obstante, quizá Po tenga razón. Si no por uno mismo, uno tiene que vivir para sus enseñanzas. Po inspira jadeante de nuevo, expandiéndose en su pecho la mancha de sangre y asumiendo la forma de un pájaro. Un ser alado que se ha posado sobre sus vestiduras y está dispuesto a llevarlo consigo.
  -Si tuviera un hijo -dice Po-, lo único que podría ofrecerle es el contenido de esta bolsa.
  -Por favor, tómala -la mano que aferra a Caine aún es fuerte. Po sigue teniendo su ki.
Su ki no le abandonará a pesar de que sí lo haga la vida. El anciano jadea de nuevo, expira y se queda quieto. El pájaro de su pecho se hace más grande. Ahora, en la muerte, sus ojos parecen ver y recibir la luz.
  Agobiado por el dolor, Caine toma con suavidad la bolsa de cuero del cuello de su maestro muerto. Es el último regalo que le ha hecho Po.... y se lo ha dado como se lo habría dado a un hijo. Alza la mano de Po a sus labios.
  Con lentitud, se yergue. Temerosa de la ira de la Casa Imperial, la multitud ya se ha dispersado. No hay nadie junto al camino. Caine mira por un momento al sacerdote muerto. Luego, se da la vuelta y comienza a caminar despacio por la carretera.
  Po tiene razón. Tanto en la muerte como en la vida, sigue notando la presencia del viejo. Siempre la notará. Debes seguir tu camino, le está diciendo Po, si no por ti, al menos por las enseñanzas. Sí. Proseguirá por ellas. Seguirá adelante para, cuando menos, complacer al anciano.
  Abandonar el país. Sí. Tendrá que abandonar el país enseguida. Tendrá que caminar por aquel lugar extraño y salvaje llamado América.




                                                      1 8


LA  DESTRUCCIÓN  DEL  TEMPLO


  La Guardia Imperial llega de noche, y doscientos soldados se abren camino violentamente hasta el interior del templo; pero está vacío. Los monjes han huído. Su comandante no encontrará  siquiera trazas de los efectos personales en el interior del edificio. Sólo quedan la curiosa piedra brillante, los cubículos y la sala de instrucción, el gran patio, los jardines. De algún modo han sido alertados los monjes, y ahora han desaparecido.
  -¿Nada? -le pregunta al teniente-. ¿Absolutamente nada?
  -Nada- afirma el joven-. No se cómo fueron advertidos, pero lo han sido. No podemos hallar señales de vida en el edificio.
  -El emperador se sentirá muy poco complacido -dice el comandante-. Y yo tampoco estoy complacido en este momento.
  El joven teniente tiembla. Tras él, las tropas, terminado su registro, están comenzando a volver al patio.
   -Lo lamento -dice-. Lo lamento. Alguien los ha advertido traicioneramente de nuestra llegada, y ahora han huido.
  El comandante agita la cabeza. Mira al templo. Viendo el color de la piedra, la línea del oscuro cielo que se recorta contra las paredes del patio, nota un extraño e inexplicable terror. Es una religión menor, en realidad una secta, monjes que creen en la conservación de la vida y que adoran a los insectos. Es lo único que sabe de ellos. Y, no obstante, uno de ellos ha matado a un miembro de la Casa Imperial. ¿Qué tiene esto que ver con el respeto a toda forma de vida? Un pequeño soplo de viento atraviesa el patio y le hace estremecerse. Nota una extraña debilidad en los dedos con los que sujeta su espada ceremonial.
  El joven teniente pregunta, como si ya lo hubiese hecho antes:
  -¿Qué hacemos ahora, señor?
  Sabe exactamente qué es lo que ha de hacer. Tiene órdenes claras al respecto: sin o con los monjes, sólo le han dado una instrucción con respecto al templo. Pero se le constriñe la garganta. Tiene que aclarársela varias veces. El joven teniente lo está mirando sin recato alguno. Detrás, los hombres están murmurando.
  El comandante escupe al patio, y esto, finalmente le aclara la garganta.
  -¿Qué que es lo que hacemos? -exclama.
  -¡Quemarlo!
 El joven teniente asiente con la cabeza.
  -Quemarlo -repite-. Inmediatamente, señor.
  -¿Qué está esperando? - aúlla el comandante-. ¿Por qué no obedece?
  -¡Obedezco! -dice frenético el teniente-. ¡Ya lo creo señor! ¡Le obedezco ahora mismo!
  Y antes que el comandante pueda volverle a gritar, se gira y corre hacia los soldados, aullando:
  -¡Quemadlo, quemadlo!
  El comandante se queda en pie, contemplando la escena. Definitivamente, el escalofrío que siente va en aumento, y, de algún modo, le parece como si fuera a desmayarse. Ridículo. No lo hará. No se caerá por el suelo. Sus instrucciones son claras.
  -¡Quemadlo! -grita entonces, incontroladamente-. ¡Quemadlo, quemadlo, quemadlo!
  Jadeando, se tambalea hasta una de las paredes y se apoya contra ella, notando cómo el sudor lo envuelve como una segunda piel.
  Se inician los fuegos.




                                                           1 9


UNA  ULTIMA  CONVERSACIÓN

  En la gran nave, en la bodega en la que ha sido pasado de polizón, Caine piensa que ve a Po apoyado contra una mampara, mirándole con una expresión que al mismo tiempo es tierna y solemne.
  -Has escapado -dice Po-, como sabía que lo harías.
  -No sé por qué, maestro -le contesta Caine-. Hubiera preferido quedarme.
  -¿Por qué?
  -Porque el templo ha sido destruido -dice Caine. Comienza a llorar, avergonzado de sí mismo por esa demostración de emotividad; pero después de todo es la primera vez que se ha desmoronado desde la muerte de Po, y nadie lo verá: está en una oscura sentina, en la parte de popa del barco, en donde no lo verá nadie, durante cuatro semanas, excepto aquellos  que le traen la comida-. Porque ya no existe el templo, los monjes han huido, la orden ha sido dispersada. He avergonzado a la gente a la que amo; hubiera quedado en China y me hubiera entregado a la Casa Imperial, para ser castigado.
  -¿Y no hubieran destruido el templo, si te hubieran podido destruir a ti?
  -Esa hubiera sido mi esperanza -dice Caine-. Hubiera hecho esa oferta, aceptado ese riesgo.
  -No seas ridículo -le dice Po con el mismo tono ligero y algo burlón que siempre ha empleado. Sus ojos brillan: muerto ya no es ciego-. Te hubieran matado, y hubieran destruido el templo. Deseaban una excusa; la han estado buscando durante décadas. El templo ha sido destruido otras veces. Será reconstruido.
  -Pero quizá....
  -No -le interrumpe Po-. No debes vengarte en ti mismo. El templo siempre ha sido destruido y luego reconstruido. La Casa Imperial no comprende lo que nosotros comprendemos.
  Tiende una mano hacia Caine.
  -El templo existe dentro de nosotros -prosigue-. Tú eres el templo. Ellos sólo pueden destruirlo destruyéndote a ti, pero si huyes, entonces te salvas y salvas al templo. ¿No lo comprendes? ¿No lo entiendes ahora?  Nosotros somos el templo.
  Y Caine ve, cree que ve, alza la vista hacia el viejo y ve a Po como lo ha visto en vida, aconsejándole, cerca de él, con ojos amables pero reservados, con tono expresivo. Y Po le dice entonces:
  -Esa parte de tu vida ha terminado. Habrá otra parte. La vivirás toda.
  -¿Y tú estarás conmigo maestro?
  -En tu recuerdo -le contesta Po-. Pues la vida no tiene fin. No tienes culpa de lo que ha sucedido, sino que has realizado un acto de gran amor y santidad. Intentaste salvar el templo porque no querías ver destruido a uno de nosotros. Siempre estaré contigo en alguna parte de ti mismo.
  Y entonces desaparece: tan sustancial como era su forma, ahora se convierte en transparente y después se esfuma, desvaneciéndose del recinto, dejando a Caine en el sucio y maloliente confín de la sentina; pero ahora su sensación es distinta, y, mientras la nave cabecea en el océano, decide a lo largo de muchos días, que puede soportarlo. Hará lo que pueda, tan bien como pueda, y su muerte no le llegará por su propia mano... porque la vida es sagrada y él sólo es su custodio; no tiene derecho a terminarla.
  Nadie tiene ese derecho, aunque muchos tratan de usarlo.


 “Cuando ceses de tratar de comprenderlo, lo sabrás sin comprenderlo.”


-¡Todo el universo es tu hogar!  ¡No te aferres a los lugares, pequeño saltamontes!  ¡Acepta lo que es tuyo.... el mundo entero!
 

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