OBRAS AL PASAR

JUAN SALVADOR GAVIOTA
un relato de
Richard Bach

Extractos tomado del Libro editado por la Editorial Pomaire S. A. en 1972 (Barcelona, España), del título original: “Jonathan livingston Seagull” (1970), con fotografías de Russell Munson.

La mayoría de las gaviotas no se molestan en aprender sino las normas de vuelo más elementales:  cómo ir y volver entre la playa y la comida.  Para la mayoría de la gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer.  Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar.  Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar...

... – ¿Por qué, Juan, por qué? – preguntaba su madre –.  ¿Por qué te r4esulta ser tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan?  ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ...

... Durante los días sucesivos, intentó comportarse como las demás gaviotas;  lo intentó de verdad, trinando y batiéndose con la Bandada cerca del muelle y los pesqueros, lanzándose sobre un pedazo de pan y algún pez.  Pero no le dio resultado.
Es todo tan inútil, pensó, y deliberadamente dejó caer una anchoa duramente disputada a una vieja y hambrienta gaviota que le perseguía.  Podría estar empleando todo este tiempo en aprender a volar.  ¡Hay tanto que aprender!

... Juan Salvador Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de los lejanos acantilados.  Su único pesar no era su soledad, sino que las otras gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar;  que se negasen a abrir sus ojos y a ver.

... Lo que antes había esperado conseguir para toda la Bandada, lo obtuvo ahora para sí mismo;  aprendió a volar y no se arrepintió del precio que había pagado.  Juan Gaviota descubrió que el aburrimiento y el miedo y la ira, son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquéllas de su pensamiento, tuvo por cierto una vida larga y buena.


Encuentros con Hombres Notables
de
George Ivánovitch Gurdjieff

Extractos de Libro que recomendamos leer: “Encuentros con Hombres Notables” de George Ivánovitch GurdjieffEditorial Solar Ltda. Colombia 1993.


... Llegamos finalmente al pueblo donde vivía el derviche, y nos indicaron su casa, situada a cierta distancia.  Fuimos allí inmediatamente, y lo encontramos cerca de su casa, a la sombra de grandes árboles, bajo los cuales tenía el hábito de quedarse para hablar con los que los visitaban.
Vimos a un hombre, casi un anciano, vestido de harapos, con los pies descalzos.  Estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas.
Lo rodeaban varios jóvenes persas que, como luego lo supimos eran sus discípulos.
... Debo decir que en esa época yo era un adepto ferviente de los famosos yoguis hindúes, y seguía al pie de la letra todas las indicaciones del Hatha Yoga.  Al comer, me esforzaba por masticar los alimentos con el mayor cuidado.  Así pues, cuando todos y también el derviche habían terminado desde hacía largo rato la modesta colación, yo seguía aún comiendo lentamente, cuidando de no tragar un solo bocado que no hubiera masticado según todas las reglas.
El anciano me observó y me preguntó:
– Dígame, joven extranjero, ¿por qué come usted así?
Me sorprendió tan sinceramente esta pregunta, que me pareció extraña y que en nada favorecía su saber, que no tuve ganas de contestarle.  Pensaba que habíamos hecho un rodeo inútil para encontrar a un hombre que, en realidad, no merecía que se hablara seriamente con él.  Lo miré a los ojos, y no sé si sentí por él piedad o vergüenza, pero le respondí con aplomo que masticaba cuidadosamente los alimentos para que el intestino los asimilara mejor;  y apoyándome en el hecho bien conocido de que un alimento digerido de manera satisfactoria aporta al organismo, en mayor cantidad, las calorías indispensables al trabajo de todas nuestras funciones, resumí en algunas frases todo cuanto había sacado de los libros sobre ese tema.
El anciano sacudió la cabeza y, con un acento de profunda convicción, pronunció lentamente la siguiente sentencia, célebre en toda Persia:
Mata, Señor, a aquel que, sin saber nada, osa enseñar a los demás el camino que conduce a las puertas de Tu Reino”.

... – Dígame, joven extranjero, ¿sin duda también hace usted gimnasia?
Era verdad, la hacía y hasta en forma intensiva, no según los métodos de los yoguis hindúes que, empero, conocía muy bien, sino prefiriendo el sistema del sueco Müller.
Contesté que en efecto hacía gimnasia y encontraba indispensable ejercitarme dos veces por día, de mañana y de noche;  y le expliqué en algunas palabras la clase de movimientos que practicaba.
– Todo eso, vea usted, sólo conviene al desarrollo de los brazos y piernas, y en general de los músculos externos -dijo el derviche-;  pero tenemos también músculos internos a los cuales nunca llegan sus movimientos mecánicos.
– Sí, sin duda -dije yo.
– Pues bien -dijo el anciano-.  Volvamos ahora a su manera de masticar los alimentos.  Si quiere conocer mi opinión sincera, le diré que si usted cuenta con esta masticación lenta para adquirir salud o cualquier otra ventaja, ha elegido el peor medio.

“Masticar el alimento con tanto cuidado reduce el trabajo de su estómago.  Ahora usted es un hombre joven, y todo anda bien.  Pero si acostumbra su estómago a la pereza, a medida que envejezca, sus músculos se atrofiarán poco a poco, por la falta de ejercicio natural.
Esto es lo que le sucederá a usted si sigue con ese sistema de masticación.  Debe saber que con la edad nuestros músculos y nuestro cuerpo entero se debilitan.  Pero, en la vejez, además de esta debilidad natural tendrá ora también, que usted mismo habrá desarrollado al acostumbrar a su estómago a no trabajar.
¡Puede darse cuenta usted de lo que conseguirá!
Hay que hacer lo contrario.  No sólo no hay que masticar cuidadosamente el alimento, sino que a su edad hasta es preferible no masticar del todo, sino tragar trozos enteros, aún tragar huesos si es posible, para hacer trabajar al estómago.
Se ve muy bien que quienes le aconsejaron esta masticación, como también los que escriben libros sobre este tema, sólo oyeron un toque de campana y no han buscado más lejos”.

Estas palabras sencillas, claras y al mismo tiempo llenas de sentido, me hicieron cambiar por completo de opinión sobre el anciano.
Hasta entonces lo había interrogado por simple curiosidad, pero a partir de ese momento sentí por él inmenso interés y presté la mayor atención a todas las explicaciones que siguió dándome.
De repente comprendí con todo mi ser que algunas ideas que hasta entonces había aceptado como verdades incontestables, no eran exactas.  Antes, no había visto sino un solo lado de las cosas;  ahora las veía bajo una luz diferente.  Un tropel de preguntas surgieron en mi cabeza a propósito del problema que habíamos abordado.

... Cuando el derviche terminó de hablar acerca de la masticación artificial, de los diferentes medios de absorber el alimento y de la transformación automática que este sufre en nosotros de acuerdo con las leyes, le dije:
– Tenga la bondad, padre mío, de explicarme lo que piensa de la respiración artificial.  La creo útil y la practico de acuerdo con las indicaciones de los yoguis;  aspiro el aire, lo retengo algunos instantes y lo exhalo lentamente.  ¿Tal vez sería preferible no hacerlo?
El derviche, al ver que mi actitud hacia sus palabras había cambiado por completo, se puso a explicar con benevolencia lo siguiente:
– Si usted se hace daño masticando así el alimento, se lo hace mil veces más practicando esa clase de respiración.  Todos los ejercicios de respiración que dan los libros o que enseñan en las escuelas esotéricas contemporáneas sólo hacen daño.
La respiración, como debe comprenderlo cualquier hombre de buen sentido, es también un proceso de absorción, pero de otra clase de alimento.
Al entrar en el organismo y transformarse, el aire, al igual que el alimento común, se descompone en sus partes constitutivas que forman nuevas combinaciones, sea entre sí, sea con los elementos correspondientes de alguna substancias ya presentes en el organismo, para dar nacimiento a las diferentes substancias que no cesan de ser consumidas por los procesos de vida que operan en el hombre.
Usted no ignora que para obtener una substancia nueva, los elementos que la constituyen deben estar dosificados de acuerdo con proporciones muy definidas.
... Cuando usted respira de la manera habitual, respira mecánicamente.  El organismo mismo toma del aire, sin su ayuda, la cantidad de substancias que necesita.  Los pulmones están hechos de tal manera que están habituados a trabajar con una cantidad de aire muy definida.  Si se modifica la cantidad de aire que están en los pulmones, los procesos interiores de fusión y de equilibrio inevitablemente se modificarán.
Para quien no conoce en todos sus detalles las leyes fundamentales de la respiración, la práctica de la respiración superficial sólo puede conducir a una autodestrucción, tal vez lenta, pero segura.
No pierda de vista que además de las substancias necesarias al organismo, el aire contiene otras, que son inútiles y hasta perjudiciales.
Y la respiración artificial, es decir la modificación forzada de la respiración natural, permite a esas numerosas substancias perjudiciales a la vida penetrar en el organismo;  al mismo tiempo, rompe el equilibrio cuantitativo y cualitativo de las substancias útiles a una vida normal.
La respiración artificial cambia la proporción entre la cantidad de alimentos que obtenemos del aire y la de nuestros alimentos.  Por consiguiente, si usted aumenta o disminuye el aporte  de aire, necesita aumentar o disminuir en consecuencia el aporte de otras clases de alimento.
Para mantener un equilibrio justo, necesita tener usted un conocimiento completo de su organismo.
... Modificando artificialmente la respiración, comenzamos por modificar el ritmo de funcionamiento de los pulmones, pero como la actividad de los pulmones está ligada entre otras a la del estómago, el ritmo de funcionamiento de este último se halla también modificado, al principio ligeramente, luego de manera cada vez más acusada.
Para digerir, el estómago tiene necesidad de cierto tiempo -digamos alrededor de una hora.  Pero si el ritmo de funcionamiento del estómago ha cambiado, el tiempo en que los alimentos permanecen en él también cambiará;  por ejemplo, los alimentos pasarán tan rápidamente que el estómago no tendrá tiempo más que para hacer una pequeña parte del trabajo.  Sucede lo mismo con los demás órganos.
... Se lo repito, nuestro organismo es un aparato muy complicado.
Comprende numerosos órganos que tienen todos procesos de ritmo diferente y necesidades diferentes.  Debe usted, pues, elegir:  cambiar todo o no cambiar nada.  Sino, en vez de bien, no hará más que daño.






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