lunes, 6 de abril de 2020

Anécdota personal con Ma:

Cierta vez, el maestro Tsunkuen-Ma, en una clase de chikung, estaba explicando minuciosamente una técnica de respiración implosiva con boca bien abierta y exhalación enérgica, algo compleja y potente; entonces, en mitad de las enseñanzas, dijo que esa técnica era sumamente especial ante las explosiones y caídas de bombas. Yo tenía dieciocho años y no pude contener la risa -jajaja- (jamás me había reído, mi respeto por sus enseñanzas lo fue y sigue siendo absoluto, incólume), y le pregunté: ¡¡¡para qué precisamos una técnica antibombas acá en Buenos Aires!!!, y el maestro simplemente me respondió dulcemente con una mirada de compasión, sin decir una palabra. Para mí eso fue un sacudón tremendo que me quedó registrado, no sé por qué, pues, había sido simplemente una mirada, nada más, pero me llegó con tanta energía hasta el tuétano, que se grabó en mi retina y en el alma. Ese día el maestro contó el modo en que esta técnica lo salvó a él y a muchos de sus colegas de la onda expansiva mientras durante la guerra caían bombas a muchos metros de distancia de donde se encontraban parados, y, relataba, que otras personas al lado suyo caían muertas desgarradas internamente por la onda de choque al no conocer esta técnica. En fin.
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Años después, luego del fallecimiento de Ma, me encontraba haciendo una artesanía que incluía una especie de garrafa, la cual explotó frente a mí. La onda expansiva rompió marcos y puertas de mi casa y entró por mi boca arrancándome las amígdalas y más, y la sangre y tejidos fueron a parar a mis pulmones. No podía respirar, estaba asfixiado, completamente, después de intentarlo y no poder, me arrojé al suelo a esperar la muerte, no podía hacer más nada. En ese momento vino a mí la mirada del maestro, aquella mirada, entonces me levanté de inmediato e hice aquella técnica anti bomba, y todo salió de mis pulmones, rocié toda la casa con lo que expulsaba. Estuve dos semanas con morfina, convaleciente por un tiempo, los médicos no comprendían ni se explicaban cómo me había salvado, yo sí: Tsun Kuen Ma.

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