Pero el maestro respondió con desdén:
—No eres más que un patán. ¡No puedo perder el tiempo con individuos como tú!
Herido en lo más profundo de su ser, el samurai se dejó llevar por la ira,
desenvainó su espada y gritó:
—¡Podría matarte por tu impertinencia!
—Se acaban de abrir las puertas del infierno —repuso el maestro con calma.
Desconcertado al percibir la verdad en lo que el maestro señalaba con respecto
a la furia que lo dominaba, el samurai se serenó, envainó la espada y se
inclinó, agradeciendo al maestro la lección.
—Se acaban de abrir las puertas del cielo —añadió el maestro.
~·~
Siempre
que alguien le preguntaba acerca del Zen, el gran maestro Gutei lentamente
levantaba un dedo en el aire. Un muchacho en la aldea comenzó a imitar esta
conducta. Siempre que oía a la gente hablar de las enseñanzas de Gutei,
interrumpía la discusión y levantaba su dedo. Gutei oyó hablar de la travesura
del muchacho. Cuando lo vio en la calle, lo agarró y le cortó su dedo. El
muchacho gritó y comenzó a huir, pero Gutei le llamó. Cuando el muchacho se dio
vuelta para mirar, Gutei levantó su dedo en el aire. En ese momento el muchacho
se iluminó.
~·~
Nan-in,
maestro japonés que vivió en la era Meijí (1868-1912), recibió a un profesor
universitario que acudió a informarse sobre el Zen.
Nan-in sirvió té. Llenó la taza de su visitante, y siguió vertiendo.
El profesor se quedó mirando al líquido derramarse, hasta que no pudo
contenerse: -Está colmada. ¡Ya no cabe más!
-Como esta taza -dijo Nan-in-, está usted lleno de sus propias opiniones y
especulaciones. ¿Cómo puedo mostrarle el Zen a menos que vacíe su taza antes?
~·~
- ¿Que es el amor?
- La ausencia total de miedo -, dijo el maestro.
- ¿Y qué es a lo que tenemos miedo?
- Al amor -, respondió el maestro.
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